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Crítica:EXTRAVÍOS | ARTE | Exposiciones
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Brillo

Taku Asou y su mujer Reiko es un joven matrimonio con dos hijos varones, Kei y Shun, casi de la misma edad, en torno a los diez años. Cierto día, este par de hermanos muy unidos corretea sin rumbo por las calles de su pueblo, Shun siguiendo los pasos de Kei, pero, al doblar una esquina, este último desaparece sin que nadie logre encontrarlo. Pasan los años, sin que la apenada familia tenga la menor noticia de su paradero hasta que, por fin, la policía halla el cadáver, lo cual reactiva la tragedia, cuyo efecto descontrola por completo al ya adolescente Shun, que no acepta lo irreparable de la situación, porque ya no hay esperanza para rellenar lo que se ha convertido en definitiva ausencia.

Esta historia está narrada en la película japonesa titulada Shara (2004), de Naomi Kawase, que trata de cómo se reanuda el deshecho nudo de la vida. También éste es el tema del más reciente filme Auritemo, Auritemo (2008), comercializado internacionalmente con el título inglés Still walking, de Kore-eda Hirokazu, aunque en este caso la herida del hermano muerto asimismo de forma accidental no logra cicatrizar y desencadena tensiones en todas las direcciones, lo cual no significa que la vida siga fatalmente fluyendo. En cualquier caso, se trata de dos dramas existenciales, no sólo sobre la muerte de alguien, sino cómo, hasta qué punto y, sobre todo, por qué un duelo puede deshacer la vida de sus supervivientes más íntimos y, por tanto, del núcleo familiar. Por lo demás, es evidente que Kawase y Hirokazu, técnica y argumentalmente, vuelven sus ojos a lo realizado por el gran maestro del cine japonés Yasujirô Ozu (1903-1963), que analizaba el mundo a través de una muy concentrada escala familiar, avistada desde un plano bajo, casi a ras de tierra.

Sobre lo acendrado de la unidad familiar en la historia humana cabe poco que discutir, sean cuales sean las formas que adopte, porque no hay manera de asomarse al mundo sin una determinada perspectiva. Algunas ventanas de nuestro mirador nos abocan a la oscuridad o a la luz, por eso es importante una habitación cálida como plataforma de contemplación, lo que no siempre ocurre, sobre todo, cuando avistamos un insondable abismo, que, sin embargo, forma parte entrañable de nuestra vida. Llegar a comprender esto último es quizá el fundamental secreto de nuestra existencia, porque, quieras o no, la pérdida de un ser querido, siendo un hecho universal, hay que afrontarla en solitario y de manera personal.

Por todo ello, es aleccionador y emocionante la reacción que al respecto adopta la familia de Taku Asou, todos combatiendo para retomar el hilo de la vida a través de la negra experiencia de la muerte. Pero no sólo porque todos rodeen a Reiko, la madre, mientras alumbra una nueva vida, sino porque simultáneamente se involucran en la organización de una fiesta del pueblo donde viven, que es del tipo llamado en japonés matsuri, donde se agrupan jóvenes y convecinos para, mediante desfiles y danzas, afirmar la cohesión de la comunidad. Al término del hermoso festival, Asou, que se ha ocupado de su dirección, arenga a los participantes por haber sido capaces de concertarse en brillar por un día y se lo agradece. Etimológicamente, en indoeuropeo, belleza significa brillo. Es cierto que la impermanencia es connatural a los seres mortales, pero la oscuridad tiene también su luz: son inseparables.

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