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Columna
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Abusos

"Irak es el país más libre del mundo", decía Mario Vargas Llosa en Diario de Irak, publicado en 2003. Es el país más libre del mundo, "pero como la libertad sin orden y sin ley es caos, es también el más peligroso". Recién caído del régimen de Sadam, Vargas Llosa constataba la libertad caótica de Irak: no hay aduaneros, ni policías, ni jueces, ni comisarías. "El resultado es una desatinada libertad que hace sentirse a la gente desamparada y aterrada". Como no hay organismo alguno, cada uno ha de protegerse frente al abuso.

Los ciudadanos de las democracias occidentales nos ufanamos del orden y de la ley bajo los que vivimos. Evitamos ese caos que se da en situaciones de libertad sin regulación. Nos sentimos ufanos, sí. Podemos vivir en una democracia estable, sin contratiempos. Las instituciones funcionan aceptablemente y el comportamiento de todos es previsible. El Estado no es una maquinaria de explotación, sino un conjunto de instituciones garantistas. Es así, pero...

En realidad, hay casos de corrupción: casos lacerantes que quiebran la legalidad que a todos obliga. El favor y la granjería rompen las expectativas, mezclando lo público y lo privado, el mercado y la información privilegiada. En el llamado caso Gürtel, lo que nos jugamos es eso: poner freno a la ilegalidad del presunto favor.

Como, en realidad, también hay casos de oligarquía partidista. La palabra es feísima, pero expresa lo que quiero decir: me refiero al control de unos pocos, al dominio que ejercen. Algunos creen ocupar cargos irrevocables, aferrándose al empleo institucional y a las ventajas modestas o rumbosas que sus cargos les procuran. Y encima esos pocos sobreviven obstaculizando la libre discusión interna.

¿Qué podemos hacer? Algo bien simple. Asegurar la legalidad. Decía el ensayista italiano Paolo Flores d'Arcais en El individuo libertario (2001) que ésa es la gran revolución de la democracia. A más legalidad, menos corrupción y menos oligarquía. ¿Y cómo lo logramos? Haciendo exactamente lo contrario de lo que han hecho en el país de Flores d'Arcais. Más ley y menos leyes: reglas simples y claras que eviten la discrecionalidad del poder. Y partidos sometidos a todo tipo de controles, partidos políticos obligados a cumplir reglas claras y simples. No extirparemos esas tendencias que caracterizan a toda organización humana (el favor, el privilegio, la oligarquía), pero seguramente evitaremos la exhibición ostentosa del clientelismo o de la libertad sin regulación. Cuando las normas se respetan, cuando las expectativas se confirman, cuando las obligaciones se cumplen, vivimos una circunstancia predecible, tediosa, sin grandes aventuras colectivas que correr. Felizmente, añadiríamos, pues las aventuras colectivas siempre acaban mal.

http://justoserna.wordpress.com

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