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Columna
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Activos tóxicos

La inyección de fondos públicos para evitar el derrumbe así en el imperio como en la banca de la esquina, forma parte de lo que el camarada Gerardo Díaz, presidente de la CEOE, reclamaba días atrás con el eufemismo de "abrir un paréntesis en la economía de mercado". Los activos tóxicos, otro eufemismo para evitar palabras mayores como estafa, timo, atraco, asalto y demás vocablos acreditados, socavan el capitalismo prêt-à-porter. No obstante, antes de dinamitar el liberalismo clásico, los quintacolumnistas que inundaron de basura las partes nobles del engranaje, bien que se cobraron el servicio. Un tal Stanley O'Neal dejó hace un año Merrill Lynch ahíta de subprimes, embolsándose 117 millones de euros como gratificación. Su sucesor en este barco, tocado y hundido, fue John Tain, que con nueve milloncetes se puso a flote por dirigir unos meses la firma que envió al fondo abisal al Bank of America. Richard Fuld, de Lehman Brothers, cobró sus buenos 17,5 millones antes de la desintegración. Y así, unos cuantos revolucionarios que para sí hubiese querido Pancho Villa en su revuelta. En el trance de socializar las pérdidas, los camaradas de la Asociación Valenciana de Empresarios piden al gobierno que avale a bancos y cajas. Y, atención, reclaman un cambio de modelo de crecimiento. ¿Lo sabe Camps? Pese a la heterogeneidad de intereses, el soviet patronal reniega del ladrillo que tanto contribuyó a poner al día en el sector del tocho las teorías de acumulación del capital. Capital, por cierto, que no aportan como garantía del estropicio. Lástima que en su viaje al socialismo real, los camaradas empresarios no se hayan desprendido de su letanía sobre el despido libre o, por seguir echando mano de los eufemismos, flexibilización laboral. Para interpretar este minueto cuentan con los barítonos del Banco de España, que sólo avista enemigo inflacionario en los salarios. De cualquier modo, está claro que con intervención o sin ella, la banca siempre gana.

Y mientras la cagalera inunda Wall Street y demás sucursales del planeta, el gobierno indígena, pionero en abrazar la causa bolchevique desde el instante en que se encaramó al poder e hizo acopio del botín -tal es la magnitud de la deuda y el quebranto que amenaza a las empresas públicas-, propone original receta para salir del hoyo. Que consiste en endosarle el muerto a Zapatero, un villano que al parecer nos odia y quiere dejarnos sin postre (pásalo), y pedir. Por pedir que no quede. Se pide que, con los impuestos de todos los contribuyentes, se compensen las exenciones tributarias practicadas en este ombligo del mundo. Que mayormente afectan a los conservadores, es decir, a los que tienen más para conservar. El camarada Camps también propone intervenir, o sea, entrar a saco en nombre de la autoridad, para rebajar el recibo de la luz. A ver si las eléctricas presocialistas, allí donde Pizarro, nos devuelven el favor de Aznar cuando les regaló el billón de pesetas por fingir el fin del monopolio. Subvención no extensiva, por cierto, a librerías, ultramarinos, ni tantos camaradas de la pequeña y mediana empresa oprimidos por la economía de mercado. Gracias a los activos tóxicos, uno de cuyos principales referentes es la Generalitat, pronto sustituiremos el himno decimonónico por una versión adaptada de la vieja partitura anarcosindicalista: "A las mariscadas, a las mariscadas...". Lo único que sigo sin entender de la receta Camps, es lo del trasvase del Ebro. Una hábil maniobra, sin duda, para despistar al ejército del zar.

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