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Columna
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El Ágora como palacio fúnebre

Rita Barberá y Francisco Camps han legado muchos muertos a esta ciudad. Bien está que nos acordemos de alguno de estos exquisitos cadáveres a una semana del día de difuntos. El último, aunque no el más aparatoso, es el Ágora de la Ciudad de las Ciencias, un edificio del que su humilde arquitecto, Santiago Calatrava, dijo en su día que era al Palau de les Arts lo que el baptisterio a la catedral de Florencia. Sin embargo, el hereu, Alberto Fabra, no sabe muy bien qué destino dar a esta gigantesca valva de 70 metros de altura y casi cinco mil metros cuadrados de superficie, apenas utilizada para hacer algún pase de modelos y jugar un torneo de tenis sufragado por la propia Administración autonómica.

A falta del remate final, la última obra del Bruneleschi de Benimàmet ha costado ya 90 millones de euros. Y aunque tal como está el panorama económico todo es muy difícil, habrá que convenir que si hay un negocio al que nunca le fallan los clientes es al funerario. Se dirá, y con razón, que la ciudad y sus alrededores está bien dotada de cementerios y crematorios con los que cubrir la triste demanda y, también, de templos en los que recogerse y rendir homenaje a los, casi siempre, involuntarios usuarios. Cierto, pero no del todo, pues aún puede encontrarse eso que los expertos en mercadotecnia denominan un nicho de mercado, expresión muy propia de la economía, a la que llaman la ciencia lúgubre, lo cual se entiende no tanto por lo de ciencia sino por lo de lúgubre y que, con la que está cayendo, habría que elevar a la categoría de tétrica. Pues bien, ¿qué segmento (no insistamos en lo de nicho) del mercado funerario tiene características y necesidades homogéneas que no están del todo cubiertas por la oferta general? El de los ateos, sin duda. En efecto, los católicos disponen de cientos de hermosos templos en los que celebrar las exequias. ¿Pero y los ateos? En el siniestro tanatorio municipal (plagado de símbolos religiosos) solo hay una pequeña sala para ritos de diferentes confesiones, lo que implica alguna creencia. Y la salita del crematorio se llama capilla; como tal está decorada y presidida por una imagen de la Virgen. Además, el problema para los ateos no es solo encontrar un espacio digno para decir un primer adiós tras el óbito. Las grandes dificultades vienen en las semanas y meses posteriores, ¿en qué lugar rendir homenaje al ateo fallecido?

Si la elaboración del duelo es tan importante para las personas religiosas como para las no creyentes, disponer de un espacio para el homenaje y el recogimiento civil y laico es igualmente necesario tanto para los que comparten las ideas del difunto ateo, como para los que quieren ser fieles a su memoria y respetuosos con sus ideas. Y ¿qué mejor lugar pues que la inmensidad del espacio vacío de ese monumento a la nada que es el Ágora? ¿Qué mejor metáfora del sinsentido de la existencia humana? No haría falta ni que le añadieran el remate final. Eso sí, por respeto a los vivos, que arreglen las goteras.

http://twitter.com/manuelperis

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