_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ángeles y pilotos

A Dios nunca he acabado de entenderlo, pero siempre me han caído bien los ángeles de la guarda. De niña me los imaginaba con cazadora de aviador y antiparras como los ídolos del aire, pero volando siempre a ras de tierra, que es donde realmente uno se juega el tipo. Eso lo tenía muy claro el jesuita catalán Vicente Ferrer. Mientras algunos cardenales de esos que invierten en bolsa predicaban el reino de los cielos como un paraíso fiscal, él se dedicaba a salvar vidas en el reino de este mundo, que es donde los hombres son perseguidos, pasan hambre y mueren. O los matan. Cuestión de principios.

Era flaco y resistente como un junco. No vestía el uniforme de los pilotos de altura, sino una camisa de color caqui, pantalones de algodón y sandalias de cuero, pero como ángel de la guarda no tenía rival. Si no que se lo digan a los miles de intocables de Anantapur, uno de los infiernos más oscuros de la India. Allí puso en marcha hospitales, escuelas, pozos de riego y caminos, que son la clase de cosas que ayudan a los seres humanos a levantar la cabeza. Eso que llaman dignidad.

Con apenas 16 años, militó en el POUM, defendió la República en la batalla del Ebro, le tocó batirse en retirada hacia Francia y allí fue internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Después las autoridades francesas lo entregaron a Franco en Hendaya junto a otros miles de deportados republicanos. La maldita historia de este país. Pese a todo, no perdió la esperanza y en 1944 se hizo jesuita. No por dogma, sino por coraje, igual que los valientes defensores de los indios guaraníes en el Paraguay de la Misión. Como era de esperar, tuvo problemas con su Santidad y los mandamases de la Compañía de Jesús, igual que Robert de Niro. También con los poderes terrenales.

Cuando en 1968 lo expulsaron de Bombay, más de treinta mil campesinos se movilizaron en una marcha de 250 kilómetros en su defensa. Regresó al año siguiente, abandonó la orden, se casó con la periodista británica Anna Perry y creó la Fundación Vicente Ferrer. Una especie de balsa del Titanic en medio del naufragio.

Desde hace unos años arrastraba una mala salud de hierro. Era silencioso, fiable y terco como una mula. Igual que el niño de la historia de San Agustín, se empeñaba en ir y venir a la orilla con un pequeño cubo para vaciar toda el agua del mar en un simple hoyo. Y como no sabía que eso era imposible, el muy cabezota casi lo consigue. Curiosa gente estos jesuitas de riesgo.

Puede que los suyos no lo asciendan nunca a los altares. Su idea de la solidaridad resultaba demasiado insumisa para los tiempos que corren. Pero los que no compartimos su fe en el género humano y mucho menos en el divino sabemos reconocer a un ángel de la guarda aunque no tenga alas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un piloto de la RAF caía en combate, era costumbre entre los ídolos del aire dar siempre una vuelta en círculo como homenaje. Tómense esta columna como eso. Un sentido vuelo rasante sobre el ardiente y desposeído desierto de Anantapur, la tierra de los dálits.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_