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Antonio Anglés, retrato de un superviviente

El autor del triple crimen de Alcàsser trató de matar a una novia con torturas similares a las que aplicó a las víctimas

En noviembre de 1992, durante los días previos a la desaparición de las tres chicas de Alcàsser, Antonio Anglés lleva el pelo y las cejas teñidas de rubio cobre y tiene 26 años. Toma muchos rohipnoles, unos tranquilizantes que le apaciguan la tensión en que vive. Le consumen varias obsesiones. Una es la forma de su cuerpo. Es un prófugo que se mueve entre Catarroja y algunas madrigueras que tiene en el monte, y sabe que en última instancia depende de su cuerpo para poder continuar huyendo. No tiene ni un gramo de grasa y trata de mantener el engranaje físico a punto. Para ello, aparte de hacer mucho ejercicio, sólo come kiwis, espárragos de lata y maíz dulce. Y si es necesario, puede subsistir comiendo hierbas como un conejo. Está diseñado para la supervivencia. Pero esa perfección se desmorona cuando se mira al espejo. Tiene la cara llena de granos y un quiste sebáceo a la altura de la garganta. Se depila los pelos de la cara con cera para tratar de paliarlo, incluso ha pensado en la cirugía estética. Así mata dos pájaros de un tiro: la policía no lo reconoce y puede sostenerle la mirada al espejo.

A un compañero de celda le dijo que cuando escapara 'violaría a unas tías' y se vengaría
La aparición de su madre frustró que arrojara a la cautiva a un pozo ciego
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La otra obsesión es vengarse de una ex novia de veinte años, Nuria, una yonqui por quien estuvo cumpliendo condena hasta que en un permiso decidió no volver a prisión. Le había robado droga y le estaba ajustando las cuentas en la planta baja de su casa, donde la tenía encadenada de un tobillo, pero cuando iba a tirarla al pozo ciego apareció su madre, Neusa Martins, y frustró la venganza. Luego uno de sus hermanos, Enriquito, avisó a la Guardia Civil y terminó en el chabolo.

Nuria había estado varios días encadenada cerca de un doberman adiestrado para atacar. A Anglés de pequeño le gustaba jugar a atar niñas. La tenía a pan y agua y con síndrome de abstinencia. Le había dejado una dosis de heroína a la vista para mortificarla más. Sólo llevaba bragas y se cubría con una sábana. La había violado tantas veces, de tantos modos y con tantos objetos como se le había ocurrido. Incluso la había ofrecido a otros o los había invitado a orinar y a masturbarse sobre ella. Quería arrancarle los pezones con unos alicates y romperle los dientes con un martillo, pero uno de los colegas presentes lo había detenido. La tenía que matar para hacerle pagar la traición, y cuando se disponía a arrojarla a un pozo ciego lleno de ratas con la ayuda del único que no podía negársela, Miguel Ricart, El Rubio, tuvo que aparecer su madre. Ricart sólo es un pringado con escasa personalidad, cuya máxima actividad es ponerse ciego de chinos. Con un tubo de papel de plata inhala el humo de polvo de heroína quemada y alivia su muermo. No sirve para trabajar. Y ha fracasado en todo lo que ha intentado, por eso quizá piensa que lo mejor es dejarse llevar por Antonio Anglés, que ahora quiere que le llamen Rubén, aunque para todos es El Asuquiqui. Ricart es útil para Anglés porque tiene coche, un Opel Corsa blanco.

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El Asuquiqui habla un castellano muy suburbano y su tono es nasal y notablemente autoritario. El principio de autoridad es básico. Él es el jefe de su manada porque lo ejerce. Un día se lo arrebató a su padre, quien ya sólo mostraba interés por el alcohol. Se abalanzó sobre él, le dio dos hostias y enseguida todos supieron quién mandaba. No hay nadie que le pueda hacer sombra y todos le temen. Divina, la hermana mayor, dejó el domicilio familiar. Se casó con un pastor mormón y se consagró a esta religión. Luego está Ricardo, que se pasa el día por la calle con una guitarra cantando Love me tender. Lleva tatuado el nombre de Elvis Presley y siempre está hablando de sus películas ambientadas en Hawai, por eso todos lo llaman Elvis. A Luis, que le sigue en edad, le faltan agallas, aunque una vez intentó matarlo a traición de un cuchillazo. Y no se lo perdona pese a que está esquizofrénico. Y de los pequeños, nada que temer. Enriquito, aunque ha llegado a denunciar delitos cometidos en la familia, ha terminado cocinando sus excrementos aliñados con aceite en una paella. De niño era muy inteligente, pero un día se fue. Dijo que había visto a Dios y se volvió medio tonto. Kelly es otra cosa. Antes se llamaba Dolores. Es gogó eventual. La más ambiciosa de la familia, pero dentro del sistema. Se esfuerza en estudiar el Graduado Escolar, en asistir a clases de inglés. Su número estrella es imitar a Michael Jackson. Después están Roberto, Mauricio, El Mauri, y Carlos El Tata. Roberto transmitía mucha necesidad de afecto. Es un golfillo simpático. El Mauri era como él, pero con mejor corazón, como diría Neusa. El Tata es el menor de todos. Demasiado serio y tímido.

Él está sobre todos. Se ha esculpido en la calle y está persuadido de que la violencia es el lenguaje más resolutivo. Por eso apunta directamente a los testículos. Ha pasado una temporada en el reformatorio y se ha hecho un sitio en la plaza de la Región de Catarroja, donde confluían diversas pandillas bajo una humareda de hachís, y donde conocería a Ricart. A los 14 años ya no tenía suficiente con lo que le sisaba a Neusa, y probó suerte en Billares Colón, un antiguo salón de recreativos de Valencia en el que la prostitución homosexual establecía contactos. Con el señuelo de ser chapero resulta muy fácil llevar hasta la boca del lobo a algunos viejos que mariposean por allí y desvalijarlos.

Entonces El Asuquiqui acumuló cierta fama de bisexual, puesto que algunos lo habían visto meterse en el retrete con algún julay. Siempre lleva zapatos blancos, se pinta la raya de los ojos de verde como un new romantic, se depila a la cera y venera a George Michael y su universo anfibológico. Le gusta la pornografía y, sobre todo, las historias de sádicos y de masoquistas. Sin embargo, ahora ya no necesita ir a Billares Colón. Ha convertido la planta baja de su casa en una de las principales expendedurías de droga de Catarroja. Empezó trapicheando con hachís en el Camino Real y luego dio varios palos para lograr capital y asociarse con un camello local. Los yonquis tenían que atravesar el domicilio para poder suministrarse. Allí apestaba. A la suciedad, la podredumbre y las ratas se unía el tufo de los pollos que hervía Neusa para el perro. Había tantas pulgas y escarabajos que un día entró en la habitación de su padre y lo roció todo con insecticida, hasta la cara de su propio progenitor. Eso sí: la heroína era la más barata de la zona. Y el servicio, esmerado, sin horario.

Había utilizado la droga para establecer relaciones sexuales con algunas adictas, como Eva, una chica a la que luego maltrató y mantuvo atada con una cuerda hasta que pudo fugarse. Y como su ex amante Nuria, que se pasó de la raya robándole una buena cantidad de droga, y de la que sentía la necesidad imperiosa de vengarse. En las noches en el Penal de Monterroso (Lugo), como después en la Modelo de Valencia, la soñaba muerta. A uno de sus compañeros de celda le confesó que cuando escapara, violaría a unas tías y les daría castigo como venganza. Para él, las mujeres, sin excepción, eran unas putas. Y cada vez contaba a sus amigos más historias sobre violaciones en las que había participado. El 5 de marzo de 1992 le dieron seis días de permiso y ya no regresó. Fuera del talego sólo tenía que buscar a Nuria en el centro de desintoxicación en el que recibía tratamiento. Pero ella ya había advertido en la puerta que iría a buscarla, por lo que no la encontraría nunca. Su odio se acrecentó.

En esos días intentó calmar su desasosiego con algunas chicas en la calle, aunque siempre había algo que lo desbarataba en el último momento. Pero aquel viernes 13 de noviembre por la tarde su ansia de venganza estaba al límite. Le dijo a Ricart que cogiera el coche y pusiera rumbo a la discoteca Coolor de Picassent, donde habría muchas niñas pijas. Poco después de pasar junto a la gasolinera Mari, a menos de medio kilómetro de la discoteca, el Opel Corsa Blanco de tres puertas se detuvo para que subieran tres chicas de Alcàsser, Toñi, Míriam y Desirée. El coche ya no se detendría hasta llegar cerca de una casa abandonada en la partida de La Romana, en el término de Tous.

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