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Columna
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Bolonia

No voy a tirarme aquí el pegote de haber sido una alumna ejemplar. En la más tierna infancia mi profesor de Matemáticas dijo delante de toda la clase que sería más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que yo aprobara la asignatura. Aquello me impresionó por las resonancias bíblicas. No es que mi expediente académico haya estado libre de descalificaciones, qué va. En otra ocasión el jefe de estudios nos tachó a unos cuantos alumnos de 2ª B de "pandilla de bereberes". Si hubiéramos montado un grupo de rock, con ese nombre habríamos triunfado por encima de Siniestro Total. Tampoco el profesor de Filosofía confiaba demasiado en mis dotes deductivas. ¡A esta chica, la pierde la imaginación! No sabía cuánta razón tenía. En los años ochenta el decano de la facultad llegó a tildarme de trotskista, indocumentada y falaz. Pero el juicio negativo del profesor de Matemáticas me dolió especialmente, porque siempre he valorado mucho a los pitagóricos y sus cosas. Aprobé en junio la asignatura y con matrícula de honor, pero fue solo por llevarle la contraria. No fue fácil, lo reconozco, no obstante conseguí aprender la suficiente cantidad de cosas inútiles para llegar hasta aquí.

Y así sucede que un día como hoy, al doblar una esquina, te pones de pronto a rebobinar: el mapa de España en la pared y cada provincia de un color; el principio de Arquímedes; Viriato fue un guerrero Lusitano; los chicles Bazoka-Joe; Muerto fue Bellido Dolfos...; todo cuerpo sumergido en un líquido...; Machichaco en Vizcaya; los libros de Enid Blyton; equilátero, isósceles y escaleno; Almanzor agoniza y muere a las puertas de Medinaceli; la función clorofílica; el Cinexim y los juegos reunidos Geyper; H2O; el ciego sol, la sed y la fatiga...; las mañanas de enero con un sol tibio en las paredes del patio; las cajas de zapatos llenas de hojas de morera; el viento morado de la cuaresma; los santos de la iglesia tapados y los capuchones del Ku-Klux-Klan; la rosca de Pascua; la cucaña de fin de curso; la banda de música, la playa y tú corriendo detrás del balón de Nivea bajo un sol de diamante.

Lo de cumplir años es una vaina. Pero a lo que iba, con mis antecedentes solo podía estudiar una carrera de esas que no sirven para nada, pero gracias a ella he pasado momentos inolvidables con Heródoto y Jenofonte, reproduciendo la batalla de Salamina en la alfombra de casa, o recorriendo el Gilf Kebir y soñando con el enigma del rey persa Cambises II. O quizá eso lo aprendí más tarde. Pero no importa. La cuestión es perseverar, como decía Don Marcial (el del camello y la aguja, para que se sitúen). Y fue estudiando una carrera de letras donde me eduqué en esta curiosidad malsana por las civilizaciones antiguas. Allí conocí a algunos de mis mejores amigos, leí a Dante, me enamoré del coronel Lawrence y fue allí donde, en fin, para bien o para mal, se forjó mi endiablado carácter. Todo ello por amor al arte, sin perspectiva de empleo futuro ni rentabilidad alguna. Pero fui feliz soñando con el oasis de Siwa.

Al cabo, aquí me tienen dando clase en un instituto, que no digo yo que sea una profesión de las que saquen al país de la crisis, pero sin la cual, me temo, no habrá nada que sacar de ninguna parte. Así que suerte a los futuros universitarios amenazados por el plan Bolonia. La cultura clásica se va a la mierda, lo cual no deja de ser ni bueno ni malo, pero para mí y cierta clase de personas es una catástrofe.

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