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Columna
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Burros

A lo mejor ya conocen la historia. O les suena. Circulan varias versiones por Internet. Meseta castellana. Un sol de plomo. A la plaza de un pueblo se acerca un feriante de ganado que compra burros a 100 euros. Algunos vecinos, después de echar cuentas y pensárselo mucho, deciden vender. A la semana siguiente se repite la escena, solo que ahora el tratante compra los asnos a 250 euros. Los vecinos que han resistido la tentación la primera vez se frotan las manos y venden sus animales a más del doble que sus paisanos. Buen negocio. Pero la cosa va a más y un día el tratante anuncia que comprará los cuadrúpedos a 600 euros. El problema es que ya no queda un solo ejemplar en el pueblo. La gente anda cabizbaja maldiciendo su suerte, pero en esas, un tipo avispado que ve la jugada, anuncia que vende burros a 500 euros. Los vecinos se lanzan como locos a comprarlos, recurriendo a créditos y endeudándose hasta las cejas, pensando en venderlos después a 600. Pero hete aquí que el flamante comprador desaparece del mapa. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Y allí siguen los paisanos esperando el maná, sentados a la sombra de una higuera con su burro famélico, los bolsillos vacíos y una deuda que nunca podrán saldar.

Esta podría ser la radiografía de la crisis en versión castiza. La parte buena del asunto es que, como decía Churchill, en medio del vendaval se templa el carácter. En una sola sesión parlamentaria hemos visto como el presidente pasó de ser el corderito de Norit a convertirse en el león de la Metro. Adiós a los mundos de Yupi. Ni brotes verdes, ni duros a cuatro pesetas. Estamos jodidos. Zapatero se dirigió al Parlamento la semana pasada para anunciar las medidas más duras tomadas por ningún presidente en la historia de la democracia. Le costó pronunciar cada palabra. Pero lo hizo. Y nosotros asistimos al nacimiento de un político de Estado dispuesto a hacer lo que debe aun sabiendo que le costará el cargo.

Ser atacado, vilipendiado y criticado con saña por propios y extraños es parte del precio que debe pagar. Ha cometido errores y torpezas imperdonables. Habrá huelgas, protestas en la calle y la de Dios es cristo. Pero la gente acabará encajándolo. No queda otra. En este país nadie va a darnos lecciones de cómo arrimar el hombro. Sabemos cómo hacerlo.

El presidente ha hablado claro por una vez. Una cosa es que no nos guste lo que dice y otra muy distinta que le falte razón. Lo único que se le pide a cambio es un reparto equitativo de la carga. Cosa que acaba de prometer. A ver si es verdad. No se puede exigir sacrificios a los de abajo sin tocar los beneficios de la banca y las grandes fortunas. Sin una reforma fiscal por arriba no hay arreglo. No hay tu tía. Si el Gobierno tiene el valor de emprenderla, sobreviviremos todos. Si no, habrán ganado los lobos.

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