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Columna
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Cabalgata de Reyes

Una de las primeras frustraciones que nos depara la vida es el desvanecimiento de la ilusión de los Reyes Magos. A todos no nos llega de la misma manera: la mayoría se entera del fiasco por los amigos; algunos, porque descubren los regalos escondidos en los altos de un armario; y unos pocos, porque escriben cartas incontroladas y comprueban con asombro que lo que pidieron no se corresponde con lo que les han traído. Es lo que pudiéramos llamar, respectivamente, la decepción pregonada, la decepción descubierta y la decepción comprobada. Su fuerza probatoria no resulta equivalente: no es lo mismo que te lo cuenten, que te lo encuentres o que fría y racionalmente cotejes la realidad con el deseo. Algo de esto nos está pasando a los valencianos con nuestros reyes magos de andar por casa. Ya saben: Melchor, un señor que aprendió economía en un par de tardes; Gaspar, otro señor que dice que somos líderes en no sé cuántas cosas; Baltasar, unos señores que hablan del crecimiento glorioso de la ciudad que rigen. La verdad es que los medios de comunicación llevan años previniéndonos de la falsedad de sus mensajes. Lo malo es que no se ponen de acuerdo y los ciudadanos hemos acabado interiorizando el mensaje de que todo esto de la política es una mentira de la que no merece la pena ocuparse.

Pero si la decepción pregonada resulta difícil de aceptar -tampoco aceptan los niños el engaño así como así-, la decepción descubierta debería imponerse por sí misma: hace menos de dos meses Melchor aún sostenía que no estábamos en crisis (¡), Gaspar se jactaba de las bondades de la deuda que arrastramos, la mayor de todas las autonomías, y los alcaldes se permitían soñar con edificios singulares y otras rarezas desarrollistas: Hoy, poco queda de todo eso: el primero ha hecho causa común con sus oponentes ideológicos, nacionales e internacionales, para salvar los muebles; el segundo se agarra al incremento poblacional como un clavo ardiendo para aumentar la caja, aunque ello se compadece mal con el hecho de que en la Comunidad Valenciana es donde menos se apoya a las familias con hijos (y eso que nos gastamos un pastón en el famoso congreso del Papa: se ve que predicar no es dar trigo); en cuanto a los terceros, claman por el aguinaldo del Gobierno al grito de "coge el dinero y sal corriendo" sin que nuestra ínclita alcaldesa de Valencia deje por ello de despreciarlo olímpicamente. No importa: así y todo, mucha gente sigue creyendo en ellos.

Mas lo que le ha dado la puntilla definitiva a la ilusión de los Reyes Magos es la decepción comprobada. Eso suele ocurrir en la cabalgata, donde los figurantes disfrazados de rey muestran escasa prestancia. Por ejemplo, nuestro Melchor, que, de repente y bajo los focos, se ha puesto a prometer empleos en primavera, como si fuese un vendedor de cuchillas de afeitar. Por ejemplo, nuestro Gaspar, al que una volada de aire se le llevó la capucha descubriéndonos debajo un Papá Noel que sólo sabe decir Merry Christmas (es el efecto mariposa de Educación para la Ciudadanía, sin duda). Por ejemplo, nuestros primeros ediles: en Valencia, ahora que Zapatero insinúa que las regiones con dos lenguas recibirán más dinero, nuestra alcaldesa desempolva la única frase en valenciano que parece conocer -aquello de "pólvora per a tots!"- y la suelta a todas horas para animar a la demolición de El Cabanyal. Por si no fuera ya bastante malo este 2009 que iniciamos entre sombríos nubarrones de paro y crisis económica, encima tenemos que aguantar a estos Reyes Magos que no nos merecemos. ¿Qué tal si se traen carbón a sí mismos y nos dejan tranquilos?

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