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Columna
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Caladeros de vergüenza

Cuando te das cuenta de que, por fin, Zapatero ya sabe pronunciar la palabra crisis, y de que a Rajoy lo ha corneado, otra vez, Aznar, para enmendarle su presunta deriva; cuando compruebas cómo se enriquece el avispado comerciante chino, que se ha montado un chiringuito de venta al menudeo de quijadas de asno, para que se descalabren, a versículo bíblico, las militancias de las izquierdas y los nacionalismos de por aquí; cuando te percatas de cómo los conductores de esa trituradora de pluralidades e ideologías que es el bipartidismo, te preparan un revival de Mujercitas, para la próxima temporada, y te cuelgan, frente a frente, en la galería de las empalagosas glorias, las risueñas efigies de Leire y Soraya; cuando los precios te aprietan bolsillo y pescuezo, y te los ponen a 5 puntos de la asfixia; cuando en la tienda de la esquina, esa que se llevó por delante una gran superficie comercial, ya no te puede fiar; cuando la Volvo Ocean Race o la Fórmula 1 o ambas, te pateen tus partes pudendas, mientras se ventilan unos buenos pellizcos de tu jornal; cuando un señor que se apellida Strauss-Kahn y que encima de apellidarse de postín, dirige un ente siniestro como es el Fondo Monetario Internacional, te diga: "Estamos entre el hielo de la recesión y el fuego de la inflación", entonces, y no lo dudes, haz lo que yo: entrégate al hielo del vino con frutas y licores, y al fuego donde se asan las sardinas, como si presenciaras una nueva revelación.

Cuando se dan tantos indicios, tantos síntomas, y las verduras y el aceite de oliva siguen subiendo y el crudo, como la espuma de una guerra recién descorchada por el interés y la ambición, malo, muy malo. No pierdas tiempo, mete tus sandalias, el taparrabos y una camisita de algodón, sin ese Che, tantas veces más asesinado por el mercado y el consumismo, en tu bolsa de viaje y no pares, hasta que puedas echarte en la arena de alguna playa o en el césped junto a una piscina, y espera a que pasen los calores y los colores de la vergüenza ajena: la vergüenza que no tienen aquellos quienes andan predicando una cruzada contra la subida del salario de los trabajadores, que tantas calamidades económicas provocan; contra los inmigrantes ilegales -¿acaso es ilegal el hambre y la necesidad de algún ser humano?- que practican la delincuencia; contra los pobres del mundo; que huyen de la miseria, de sus tierras despojadas por la rapacidad de los colonizadores. Esa cruzada que se hace directiva en las instituciones europeas y se levanta como una guillotina bien afilada para cercenar hasta los más elementales derechos de la persona. ¿Es que quizá se espolvorea esa supuesta Europa de las libertades su enrojecida nariz mirándose en el espejo de Guantánamo? Europa es un caladero para la captura de intrusos, un espejismo de la esperanza, un remoto deseo para la supervivencia. Y si te zambulles en un Mediterráneo corrompido y oscuro por tantas inmundicia, tal vez solo veas la fosforescencia de los cadáveres de cuantos no rindieron su viaje al desprecio y alguna bandada de bebés que han alcanzado el paraíso de los residuos industriales. Si puedes, evita el vómito, pero no el grito.

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