_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Campeones del mundo

Puede que para algunos de ustedes el deporte de masas sea el opio del pueblo, como en nuestro caso el fútbol, pero su épica contiene un misterio peliagudo. Un fenómeno que afecta por igual a blancos y negros, ricos y pobres, registradores de la propiedad y poetas de la experiencia. Algo debe de tener. Probablemente se trata de un sueño tan antiguo que ni siquiera recordamos su origen, pero ahí están los héroes del Olimpo para refrescarnos la memoria.

Ustedes dirán que no es para tanto. Vale. Pues aquí nos peleamos. Es la de Dios. Sepan que no lo digo sólo yo, lo decía Heráclito, Pitágoras e incluso el oráculo de Delfos. En 1948 Italia era un país al borde del abismo. Durante el Tour de aquel año, el dirigente del Partido Comunista, Palmiro Togliatti, fue víctima de un atentado fascista a las puertas del Congreso. En las largas horas que duró la intervención quirúrgica las agencias de prensa lo dieron por muerto.

La tensión era altísima y el país estaba partido en dos. Todo indicaba que iba a estallar una guerra civil. Italia se hallaba aislada, sin comunicación interior. Ni teléfonos, ni trenes. Con las carreteras cortadas, los sindicatos en pie de guerra y las calles tomadas. Ese mismo día, 14 de julio, el primer ministro democristiano, Alcide de Gasperi, telefoneó personalmente al ciclista Gino Bartali y le ordenó que ganara el Tour. Así, sin más. Por el bien de todos.

Bartali era entonces un ídolo en decadencia. Habían pasado diez años desde que había sido un campeón de leyenda, cuando todavía era un chico de pueblo, noblote, católico y conservador. Pero ahora había cumplido ya 34 tacos, estaba bastante fondón y fumaba como un cosaco. En la carrera arrastraba un retraso nada menos que de 22 minutos con el líder. Pero seguía conservando una voluntad de pedernal de cuarzo. Sin fisuras.

El día 15, bajo una intensa nevada, consiguió pasar el primero en todos los puertos de la etapa reina a fuerza de piñón. Un esfuerzo sobrehumano. Nadie daba crédito.

Al día siguiente ganó también la etapa alpina, tirando del alma en cada subida y se vistió el maillot amarillo. Cuando llegó el primero a la meta en París, fue el delirio. A las 17.15 se supo la noticia en Italia. En cada pueblo, comunistas, democristianos y policías se abrazaban y lloraban juntos. Togliatti logró sobrevivir al atentado y lo primero que hizo al recuperar el conocimiento fue preguntar quién había ganado el Tour.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Por supuesto, al día siguiente cada cual tuvo que pencar con sus propios problemas e Italia continuó siendo un país con el alma dividida como cualquiera.

Pero existió aquel momento. Como existió el gol de Iniesta. Y fue la hostia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_