_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Camps patinador

El conseller de Economía y Hacienda, Gerardo Camps, es un político bromista y simpático. Pese a la exagerada seriedad de su cargo, tiene un punto de facundia que a veces se le dispara y le confiere una apariencia de persona divertida, e incluso un tanto cómica. Probablemente en las tertulias que celebraba en el bar El Agujero con Esteban González Pons y con Francisco Camps, cuando eran estudiantes de Derecho, él era el más animado. Ahora no sólo no ha perdido la sonrisa, sino que, además de continuar siendo el más animado, se ha convertido en el más animoso miembro del Gobierno valenciano. Lo cual en estos tiempos de crisis, además de ser ciertamente meritorio, constituye todo un misterio. Máxime teniendo en cuenta que, se supone, la principal misión de su cargo es decir no. Pues no, él siempre dice sí.

Y es que a este hombre le ponen a explicar economía, la ciencia (?) lúgubre por definición, y la convierte en la alegría de la huerta. Por lo visto lo del Agujero imprime carácter, porque si no, es difícil compaginar tanta alegría con un boquete de más de 25.000 millones de euros, que es la deuda que arrastraba la Generalitat, según la Sindicatura de Cuentas, a principios de 2007. Al punto de que el Consell ostenta el curioso honor de tener la deuda más alta de todas las comunidades autónomas en relación al PIB. Como diría el president, "somos pioneros"... también en esto.

Ahora sale Jorge Alarte reclamando a Francisco Camps que se deje de jeremiadas y se arremangue frente a la crisis y zas, Gerardo Camps se saca de la manga un comodín en forma de nuevo plan anticrisis. O puede que lo de Alarte no tenga tanto que ver y haya pesado más el malestar de los empresarios y de los sindicatos, que por cierto, dicho sea de paso, acusan al Gobierno de Camps de tener la manga muy ancha a la hora de aceptar los expedientes de regulación de empleo.

Lo cierto es que, en apenas unas horas, Gerardo Camps se puso manos a la obra, dispuesto a servirle en bandeja al president un nuevo plan anticrisis, dotado con 330 millones de euros adicionales para incentivar a los sectores productivos. ¿De dónde van a salir esos dinerillos? Ah, eso es mucho preguntar. Y si insisten mucho, pues que pague Zapatero y así luego será más fácil acusarle, como hace Rajoy, de hipotecar a los españoles.

Con tantas incógnitas da la impresión de que este conseller es uno de esos personajes de los que decía Tierno Galván que confunden la agitación con el movimiento. Y es difícil no acordarse de la vieja película Charlot Patinador (The Rink, 1916), en la que Chaplin encarna a un camarero que tiene una extraña habilidad para agitar su cuerpo con denodada furia mientras la coctelera que sostiene entre sus manos permanece absolutamente inmóvil. Una coctelera por cierto que, tras los trasiegos previos a los que le somete nuestro héroe, está casi tan vacía como las arcas del Consell. Al final de la película todos, héroes y villanos, acaban patinando en una curiosa metáfora de la vida.

Así las cosas, entre la tristeza metodológica de Pedro Solbes y la alegría misteriosa de Gerardo Camps, uno opta por el Charlot verdadero, accesible, por cierto en YouTube. Uf, menos mal que, por fin, hoy llega Obama.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_