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Columna
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Camps y el rollo de la identidad

Miquel Alberola

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, azuza por enésima vez el fantasma del catalanismo mientras el PP valenciano ensancha su metástasis judicial. Ayer, a Camps, que el viernes se puso la chaqueta de El Palleter y ordenó cerrar TV3 en la Comunidad Valenciana, le pusieron el eco Alfonso Rus, Vicente Rambla y Rafael Blasco con alocuciones muy inflamadas sobre la identidad valenciana. La reacción a un imaginario expolio de todo lo valenciano por parte de Cataluña ya no es un espejismo suficiente para camuflar el hedor que desprende el PP con los casos Fabra, Gürtel y Brugal.

Es un chicle muy mascado. Sin embargo, en clave interna resulta de gran utilidad para el PP. Las próximas elecciones las ganará el partido que más movilizado tenga su voto ante la espantada que produce la corrupción, la crisis económica y las duras medidas adoptadas al respecto sobre los asalariados. El anticatalanismo es el más eficaz aglutinante frente a la dispersión electoral de la derecha valenciana. Una campana a cuya llamada responde con todo el organismo. Así fue en la preautonomía, cuando la derecha estuvo desmembrada en la oposición hasta que halló esta fórmula magistral que, a costa de criminalizar a Cataluña y los defensores de las obviedades lingüísticas y culturales, desguazó a UCD, hinchó al PP y estranguló a Unión Valenciana. Debajo de la carne de gallina de Camps ofreciéndose como garantía frente al supuesto expolio catalán solo palpita ese propósito.

Por lo demás, "nuestras señas de identidad" con las que se llenan la boca y el pecho Blasco, Rus y Rambla, las contemporáneas, tampoco son ya las que eran. Hoy, gracias al PP, la literatura judicial y las transcripciones de la Brigada de Blanqueo de Capitales y Delincuencia Económica dicen en el resto de España más de nosotros, los valencianos, que todos los decasílabos cesurados en la cuarta sílaba de Ausiàs March. Incluso para identificarnos, cualquier español nos detecta antes por el traje de Milano que por la "gloriosa senyera". La sinvergonzonería de El Bigotes ha dejado obsoletos a los personajes más siniestros de Blasco Ibáñez y la imagen de Francisco Camps taladrado por el martirologio de Gürtel es más conocida que la plasticidad de cualquiera de los cristos de color merluza que pintó Ribera. Por no hablar de las "galletas" y las "magdalenas" del argot de la corruptela, que han barrido al bunyol.

Y lo peor de todo: la imagen de Luis Vives (su tratado De subventione pauperum sobre la función social de la propiedad privada y de su obligación de auxilio) ha sido arrasada por la imagen de Margarita de la Vega, la esposa de Ripoll, llamando por el móvil de su marido (el que pagamos todos) desde Grecia al compinche Rafael Gregori para negociar el disfrute de la lancha Pershing de Enrique Ortiz porque, según revelan las escuchas de la policía, el suyo (el que se supone que paga ella) cuesta cinco euros el mensaje. Ese es el logotipo que nos identifica.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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