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Columna
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Co(re)pago

Cada vez que "los mercados" nos envían recado de ahorrar cunde la tremolina, y ahora le toca al gasto sanitario bajo la estúpida, injusta y perezosa idea de que en vez de administrar mejor conviene recaudar más. Por eso Europa aboga por lo fácil: el llamado copago de los servicios sanitarios por parte de la población, tesis compartida por algún Ilustre Colegio de Economistas y todas las Ilustres Patronales del Sector. No por las sociedades y asociaciones que defienden la sanidad pública, ni (de momento) por gobiernos ni oposiciones, tanto en liza electoral como fuera de ella. Porque no es equitativo, no es eficiente y no es disuasorio. Qué más argumentos en contra necesita el re-pago, que es en verdad de lo que se trata: de volver a rascarse el bolsillo al usar un servicio para el que ya hemos cotizado antes. De hecho hace tiempo que venimos co-pagando la atención dental, prótesis y medicamentos... Cierto que los baremos no parecen muy afinados, y hasta en las opiniones más progresistas se detecta malestar porque un jubilado "bien pagado" no tenga que aportar al gasto farmacéutico mientras que un parado o mileurista de menos de 65 debe desembolsar el 40% de lo prescrito (médicamente, no por propio gusto).

Para reducir gasto, algunos hospitales catalanes vieron conveniente cambiar menos a menudo las sábanas y cobrar por el agua mineral. Pero imaginen que se aprueba facturar por cada día de estancia hospitalaria, ni que sea una cantidad simbólica. Aquí muere el argumento de que hay que disuadir a los usuarios de una sobreutilización de los servicios sanitarios: ¿Qué determina si te vas o te quedas en el hospital, tu capricho o más bien un alta médica? ¿Y quién decide que tengas que ir al centro de salud cada dos por tres sólo por asuntos burocráticos, pidiendo visita para cuestiones que se podrían solucionar en el ámbito de la enfermería? Dicen que la sobrecarga de la medicina primaria se revolvería cobrando un eurito de nada; pero eso no hay quien lo crea, porque alguna gente convertiría el "óbolo" en un argumento de exigencia consumerista (quien paga, manda) y otra simplemente dejaría de acudir a la consulta. En cualquier caso, una buena atención en este primer escalón ahorrará mucho en los siguientes: menos visitas a especialista, menos pruebas, menos ingresos... Se debatió y acordó en Valencia hace poco: ir al médico es barato, pero la mala Medicina sale cara.

No es seguro que los llamamientos y campañas dirigidos a la población para que no sobreutilice los servicios vayan a dar resultados a corto plazo, pero es una de las vías irrenunciables. La otra, por supuesto, la de una mejor gestión de nuestra sanidad pública, cliente tan generosa en farmacia y tecnología. Varias comunidades transitan ya con firmeza por la vía de los génericos y la adaptación de las dosis a los tratamientos reales, con ahorros de cientos de millones. Todo menos el co(re)pago sanitario, que no es más que un impuesto a la enfermedad.

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