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Chats socialistas

Existen múltiples interpretaciones para el caos que vive la izquierda moderada desde su fracaso en las elecciones del 96. Unos hablan de renovación de personas o -dicen los más afinados- generacional, otros envuelven su resistencia emocional en la denominada renovación de ideas, y cerrando el círculo hay quien medita sobre el significado del término renovación. En todos los casos no se hace más que ahondar, profundizar, agrandar el proceso de conversión en el que se halla envuelto el partido socialista. Esas renovaciones, sean de personas o de ideas, son simples soluciones epidérmicas a un problema más básico. El diagnóstico psicológico más acertado podría ser el de cuadro histérico, puesto que no cesan los vaivenes emocionales en los que se mueve, porque existe un componente escénico y público en sus tentativas fallidas de captar al ciudadano, además existe un factor repetitivo de los mismos, y la manifestación de sus problemas se produce en forma de males orgánicos, de síntomas físicos. El mal orgánico es la pérdida no ya de dos elecciones sucesivas sino sobre todo de sus bases electorales, llegando incluso a desbaratar la tesis del umbral mínimo de votantes. Síntomas físicos son también las sucesivas crisis y sus consabidas dimisiones con el enfrentamiento horizontal subsiguiente. La situación ha llegado a un nivel de caos y desconcierto que algunos manifiestan su cansancio emocional, como le ocurre al psicólogo Diego Macià. Claro que el caso del PSPV no es para menos.El partido socialista ha convertido en un problema orgánico lo que es un problema relacional e histórico. Las dificultades emocionales para hacer frente a la inesperada corrupción, política y económica, en que la izquierda socialista se vio envuelta, ha hecho que no sepa o que no pueda plantear el verdadero drama de la izquierda. Un drama que no es muy distinto al que ha sufrido la Iglesia en su momento, o la familia tradicional en su andadura hacia lo post, o el que sufre la Universidad con sus específicas perversiones. Pero mientras que iglesia y familia han sabido reaccionar a las nuevas condiciones, y se han transformado para sobrevivir y mantenerse en un mundo que ya no les pertenece, algunos partidos de izquierda se han enrocado como ocurre en el caso del socialismo en España. Izquierda Unida se puede permitir ese lujo porque, aun con pocos éxitos electorales y políticos, sin embargo cumple la función de la utopía, del contrapunto, del referente necesario para la vitalidad democrática.

La izquierda más moderada, la del PSOE, debía adaptarse a la nueva condición social en su labor de oposición, una condición en la que ya no hay obrero, ni conciencia de clase, ni alienación, ni paraíso terrenal, aunque sí un nuevo ciudadano al que defender. La renuncia al marxismo, planteada en su momento, fue el primer paso para cerrar la etapa de un socialismo científico. Una transformación que no se pudo acabar, en parte por los escándalos y corrupciones que se le echaron encima y, en parte, por la falta de asesores que anticiparan lo inevitable: la necesidad de un nuevo socialismo. Igual que el socialismo utópico dejó paso al socialismo científico, el actual dejará paso a un nuevo socialismo que, sin los límites de su ideología tradicional, retome y adopte una nueva posición, y así una nueva función con nuevos protagonistas.

Algunos de sus miembros lo han intuido, les suena, hasta lo mencionan, pero no acaban de formularlo abiertamente. Es un socialismo tal vez compartido, quizá distribuido o a lo mejor un socialismo sin la gran ideología, pero con ideologías pequeñas, fragmentadas aunque conectadas.

Su crisis es constitucional, no es un problema familiar, del padre que no desea perder su estatus, ni de los hermanos que han ido fracasando en sus intentos sucesivos para suplantarle, ni de sus pasivos e inertes militantes y electores. Nació como plataforma reivindicativa, nació contra el poder del dinero de unos pocos y la tiranía de otros. Nació para encaminar, dirigir y orientar a unas masas que lo pasaban mal, pero que poco podían y sabían hacer. Para ello construyó su ideología y una verdad política.

La crisis constitucional de la izquierda quizá se resuelva cuando cese ese proceso de conversión histérica en el que está inmersa. Sólo podrá superar el socialismo industrial cuando reconozca que su problema está fuera de él, de sus estructuras de poder y de su militancia, cuando admita que su salida a la crisis no es inventar nuevos cuadros de mando, ni otros líderes, ni promover sucesivas gestoras. Sólo entonces, y para eso todavía falta mucho, podrá abrir y adoptar un nuevo socialismo. Un socialismo global, compartido más que internacional, una nueva organización de la izquierda más flexible, alejada de la burocracia y el formalismo tradicional de la que huyen despavoridas las nuevas generaciones.

A comienzos del siglo XX, Freud encontraba un remedio para hacer conscientes los problemas emocionales que revolucionan el cuerpo. En los tiempos actuales esa técnica de asociación libre adopta la forma de charla electrónica. Los socialistas deben abandonar las gestoras e introducirse en un proceso internauta de charlas de grupo y conversaciones de entretenimiento, sin meta fija y sin estructura dictada. Un proceso de asociación libre de socialistas. En estos chats, militantes, simpatizantes y dirigentes deben presentarse unos a otros, hablar, conversar, discutir e iniciar grupos de discusión y de noticias, pero de forma espontánea, sin el dictamen de ningún comité, de ninguna gestora, de ningún controlador. Deben ser chats públicos, para liberar la mente de tantas instrucciones privadas y estrategias retorcidas.

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Esta asociación libre les ayudará a introducirse en la nueva sociedad del conocimiento y de la información. Y aunque el cambio se produzca lentamente, estos chats socialistas servirán al menos para neutralizar tanta emocionalidad descontrolada, los histrionismos personales y las represiones orgánicas. En cualquier caso terapia, mucha terapia.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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