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Columna
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Educación para la Valencianía

Ya llegó el tío Paco -el otro- con la rebaja. Para el común de los mortales, los años empiezan en enero. Para el mundo que gira en torno a la enseñanza, la fecha fatídica es el mes de septiembre. Los profesores miran con horror la vuelta de la marabunta. Los alumnos, si no dieron pie con bola, saben que se acerca una cita inexcusable y bastante dolorosa. Lo curioso es que, desde hace algún tiempo, a este colectivo -como se dice ahora- se le han unido los políticos y sus allegados. Por ejemplo, nuestros inefables gobernantes de la Comunidad Valenciana. Resulta que se salvaron de la quema por los pelos y, sin embargo, andan ufanándose por ahí como si el cate de antes del verano hubiera sido una tremenda injusticia. O qué me dicen del Gobierno de España, que no había hecho nada (útil) para superar el examen de la crisis y se ha puesto a lanzar contestaciones a lo loco, a ver si cuela. Es lo que en la jerga estudiantil llaman la quiniela: hoy te doy unos eurillos, mañana te los quito, y en este plan. Vamos, que unos y otros son unos pardillos y unos pésimos estudiantes. Tal vez por eso algún padre de la patria se ha sacado de la manga una nueva asignatura y quiere hacerles pagar el pato a los nuevos senadores: Educación para la Valencianía.

¡Qué gran idea! Como especialista en esto de la enseñanza, me parece una solución de lo más clásico: si l@s chic@s no saben leer, en vez de enseñarles, nada mejor que crear una asignatura que se llame "Cómo aprender a aprender a leer" o algo así; si la Comunidad Valenciana va de capa caída, creamos una asignatura patriótica y a otra cosa. El problema son los contenidos y la manera de evaluarlos. Porque los propugnadores de este invento genial no pertenecen al mundo académico y podrían equivocarse. Me van a permitir que les eche una mano sugiriéndoles unas cuantas preguntas para el examen: 1) ¿En qué pueblo valenciano transcurre la acción del poema épico El virgo de Visanteta?; 2) ¿En qué momento de la elaboración de la paella se echan los garrofons? 3) Distingue nítidamente entre nuestros entrañables bous al carrer y ese invento extranjero que se llama correbous; 4) ¿Fue Rita la Cantaora una célebre alcaldesa de Valencia? Tampoco estaría de más poner algún comentario de texto, por ejemplo el de un llibret de falla, pidiendo a los candidatos que valorasen la imagen de la mujer valenciana que resulta del mismo: así se retratarían ideológicamente, que con esto de la globalización hay mucho diletante disfrazado. También habría que incluir pruebas prácticas, como una cata de naranjas del mundo en la que haya que reconocer inequívocamente la nuestra frente a todas las demás. Y una vez superadas las pruebas, el obligado reconocimiento médico consistente en tomarles la tensión en el momento de la cremà a ver si las lágrimas son de veras o de cocodrilo: realmente alguien al que no se le dispare por encima de veinte, en un momento tan señalado, no merece representarnos en el Senado.

El que algo quiere, algo le cuesta. En estos tiempos de penuria, todo el mundo mira con envidia a los funcionarios, exigiendo que se endurezcan las oposiciones. Pero como nuestros políticos han llegado a ser una especie de funcionarios de lujo que nunca vuelven a su profesión después de haberse sacrificado por nosotros, justo es que opositen a Educación para la Valencianía. Y un consejo para los aspirantes: si quieren sacar nota, prueben a contestar en inglés y nada de bromas con este asunto. Por estos pagos eso se cotiza mucho. O, ya puestos, en chino. Así, si no hay suertecilla, siempre podrán colocarse de azafat@s en alguno de nuestros múltiples eventos.

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