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Columna
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Emergencia

Un desasosiego, una zozobra in crescendo, se adueñaron de nuestra vida pública nada más sonar el clarín electoral. Y también de la privada, porque cada día la cibernética nos mete en casa un trajín de chistes, libros, vídeos, manifiestos, fotos, convocatorias, artículos, canciones... Si tuviéramos que confiar en la eficacia de esta avalancha de mensajes anti PP, concluiríamos que es imposible que la derecha gane las votaciones. Lo malo es que cada propuesta, aún diciendo perseguir un mismo objetivo, ofrece un camino distinto y muchas veces incompatible. Por ejemplo, el otro día dos jóvenes con buena voz llamaban a gritos, por el centro de Valencia, a una "insurrección pacífica". Que consiste en una manifestación, un simulacro de elecciones y un voto nulo el 22 porque "todos los políticos son iguales".

La izquierda sigue fragmentada, aún a sabiendas de que la inmensa mayoría se quedará fuera del juego parlamentario (aunque con un poco de suerte no tanto del municipal). La izquierda plural es buena cosa: el respeto a las diferencias y el libre contraste de posiciones deben ser preservados en todo régimen no dictatorial, pues sin ellos la democracia sólo sería una cáscara tan vacía como la muda de un insecto.

Pero a efectos electorales, y frente a la Derecha Unida, tal multiplicidad de candidaturas presenta resultados desastrosos, aunque soy consciente de que a estas alturas semejante lamento es tan inútil como el famoso brindis al sol.

Esta huérfana política se confiesa impresionada por uno de los mensajes recibidos recientemente: procede de un amigo siempre a la izquierda del PSOE y muy crítico con su deriva neoliberal en aspectos económicos, que anuncia que esta vez les va a apoyar, que quiere "obligarles a ganar", que está harto de tirar su voto a la basura y que no piensa seguir siendo generoso con las formaciones que no se han mostrado tan generosas como para presentar un frente común: "Nada resultará peor que la perpetuidad del PP en el poder".

En esta situación, calificada de "emergencia democrática", hay quien se conforma con llamar a las urnas. Un puñado de organizaciones sociales emite un mensaje esperanzador: "Si todos votamos, ganamos". Reunidas por Salvem el Cabanyal y su líder Faustino Villora calculan que si la abstención (que fue del 31% en 2007) pudiera reducirse al 20%, sería posible un cambio político de calado.

También se dice que indignarse no es suficiente, que hay que participar.

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Porque no. Todos "los políticos" no son iguales. Uno de los argumentos más brillantes en favor de estas obviedades, que conviene repetir sin desmayo, nos lo regaló Ramón Lapiedra en su reciente homenaje: "Nunca se nos dará graciosamente la posibilidad de votar entre un partido rematadamente malo y otro admirablemente celestial..., ya podemos estar satisfechos con la oportunidad que se nos da de elegir entre un partido horrible y otros mínimamente razonables".

Ojalá que el 23 no sea el Día de la Vergüenza. De quienes aún la conserven, claro.

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