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Columna
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Estrategia de polarización

El fenómeno no es nuevo, aunque ha adquirido perfiles llamativos durante la ofensiva neoconservadora del cambio de siglo, catastróficamente liderada por George W. Bush desde la Casa Blanca. En el ámbito de la teoría social y política, la cuestión ha sido analizada, de Marx a Dahrendorf, por autores de épocas y enfoques diversos. Y entre nosotros ha tenido una plasmación reciente de relativo éxito desde que José María Aznar optó por sacudir el polvo de los complejos posfranquistas de la derecha española y atacó con dureza en esa línea. Hablo de la polarización como estrategia política, un planteamiento de la lucha democrática cuyo objetivo es la permanente agrupación de la opinión pública en campos enfrentados.

Un libro relativamente reciente, que recoge las ponencias de un congreso internacional celebrado en 2006, plantea el asunto de manera muy explícita. España: del consenso a la polarización. Cambios en la democracia española, se titula, y sugiere que el clima surgido de la transición, basado en la primacía del pacto y el consenso, se ha transformado en un modelo de competencia basado en una "masiva polarización". Un escenario donde la nueva derecha, enrolada en la doctrina de la "guerra cultural", arremete contra libertades civiles y derechos sociales de progreso para crear confusión en el campo contrario y galvanizar a sus bases electorales. Una vez metidos en ese fango, vale cualquier cosa: los matrimonios homosexuales, el aborto, el terrorismo, los valores del laicismo en la educación o la defensa de la familia.

En el ámbito internacional, el nuevo presidente estadounidense, Barack Obama, está dando muestras precoces de buscar salidas constructivas a ese escenario, más perentorias porque la brutal crisis económica exige políticas concertadas, grandes acuerdos y grandes esfuerzos colectivos. En España no hay, de momento, síntomas de algo parecido. Es más, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha dado muestras de moverse con cierta habilidad táctica en el terreno resbaladizo de la polarización. Pero la distensión es necesaria.

De cómo esquilma la estrategia de la polarización la riqueza y la diversidad del tejido cívico, de cómo reduce a lo paupérrimo la esfera pública de una sociedad y estrecha sus puntos de vista, da ejemplo el caso valenciano. Aquí, el conflicto bipolar y la "guerra cultural" como arma política datan de los mismísimos tiempos de la transición, y sus efectos, tan patéticos ahora que se ha desvanecido la fantasía de la especulación y la riqueza fácil, se reflejan con meridiana nitidez en los indicadores económicos y sociales (de la destrucción de empleo al fracaso escolar).

No es fácil hacer frente a una trayectoria ya tan prolongada por la senda del maniqueísmo bipartidista, pero resulta imprescindible. Sin novedades en formaciones como Esquerra Unida y el Bloc, que habrían de tener ideas en este sentido, pero no las tienen, es en el PSPV que lidera Jorge Alarte donde hay un cierto análisis de la polarización, aunque las respuestas sean hasta ahora más bien cosméticas (relaciones con el arzobispo y cosas por el estilo). El problema no consiste en "moderar" las actitudes o acercarse a un centro que ya no existe sino en reactivar la pluralidad de interlocutores de una sociedad civil convertida en un páramo. Coger la palabra al presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios cuando propone pactos para buscar un nuevo modelo económico o plantear urgentes y renovadoras perspectivas en el terreno de la formación son sólo dos posibilidades entre muchas.

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