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Columna
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Europa ensimismada

Una autoescuela en Valencia, de propietario inequívocamente autóctono, anuncia clases de conducir en chino. A la entrada de un local latino, dos políticos del otro lado del Atlántico saludan desde un cartel a "los dominicanos del exterior". El otro día, la cabeza de candidatura socialista por Valencia, Inmaculada Rodríguez-Piñero, anunciaba, al presentar el plan especial de su partido para la industria textil, medidas contra la competencia desleal de productos procedentes de Asia que no cumplen los parámetros exigidos en la Unión Europea. Al día siguiente, Jorge Alarte criticaba al Consell por no deshacerse del fardo de los "grandes eventos" para apostar por la reindustrialización, la innovación y el empleo. Y añadía que, de internacionalización, "nada de nada".

En efecto, la internacionalización de las empresas, que es algo más que exportar e importar y algo más complejo que el mero concepto de comercio exterior, fue puesta en el frontispicio de su programa por el nuevo consejero de Economía, Enrique Verdeguer, en su presentación, otorgándole una importancia que no se ha traducido en unos presupuestos de la Generalitat despistados o que tratan de despistar. Por otra parte, las referencias de los gobernantes y los políticos al contexto mundial son habituales, pero asuntos como la nueva geopolítica que promueven los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), los MIKT (México, Indonesia, Corea del Sur y Turquía) u otros países emergentes como Vietnam, parecen cosa de analistas ociosos y expertos recalcitrantes. Por lo visto, en Europa, estamos demasiado preocupados por la crisis y sus episodios, que nos hacen pasar del pánico al alivio varias veces a la semana sin solución de continuidad, como para pensar en la internacionalización, no solo de la economía, sino también de la política y la opinión.

Y sin embargo, la verdad está ahí. Porque la política internacional y el fenómeno migratorio no se han convertido de repente en cuestiones de segundo nivel. Precisamente ahora que los candidatos están en campaña electoral deberían debatir también sobre el papel de Europa y no solo sobre a quién le toca adoptar medidas de ajuste esta vez. Como explica José Ignacio Torreblanca en su reciente libro La fragmentación del poder europeo, "históricamente la UE ha sido criticada por ser un gigante económico, pero un pigmeo político, e incluso un pigmeo militar". Ahora bien, de persistir la crisis y las tasas negativas de crecimiento, el poder económico de la UE puede acabar estando a la altura de su poder político, "vía su encogimiento". Advierte además Torreblanca, aunque parezca fuera de lugar cuando las tasas de paro alcanzan niveles tan escalofriantes, contra las políticas restrictivas de inmigración: "Los europeos tendrán más personas mayores que atender, cada una de ellas será más cara de atender y, para compensarlo, contarán con menos inmigrantes que otros países". En medio de una perfecta tormenta mundial, el sueño europeo parece a punto de naufragar.

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