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Columna
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Fuenteovejuna

En el corto periodo que va desde la imputación de Garzón a varios aforados del PP en la Comunidad Valenciana hasta hoy, hemos pasado del "algo huele a podrido en Dinamarca" al "ya huele". Parece que no se pueda hablar de otra cosa que del caso Gürtel. Un buen amigo y colega me acusa de ser poco beligerante y de que, incluso, dejo de lado el tema en alguna columna reciente. Pues sí, estoy dando poca caña, por una parte porque tengo por inverosímil la premeditación culpable en un asunto tan cutre como el de los trajes -lo que no quita para que me preocupe que nos gobierne gente tan simple-, pero sobre todo porque estamos olvidándonos de que el verdadero problema de la Comunidad Valenciana es que figuramos en la cola de España, con cotas de paro y de pérdida de competitividad superiores a la media.

Sin embargo, acontecimientos recientes me llevan a ocuparme otra vez del asunto porque ha tomado un sesgo que, ahora sí, se me antoja inquietante. Parece ser que desde diversas instancias del partido que nos gobierna se están concibiendo planes calenturientos para convertir las próximas elecciones europeas en una suerte de plebiscito a favor de nuestro presidente. Es fácil deslegitimar dichos planes haciendo ver que se trata de una táctica propia de dictaduras: cuando la ONU nos acababa de dar la patada, los españoles se echaron en masa a la plaza de Oriente de Madrid para homenajear al Caudillo, supuestamente agraviado por este feo; y cada vez que los EE UU aumentaban el infame bloqueo a Cuba, los cubanos reaccionaban como si quien fuese a pasar hambre fuera el Comandante. Sin embargo, la iniciativa no se limita a ser uno de tantos exabruptos autoritarios típicos del PPCV, tiene consecuencias. Puede que España no sea el paraíso de la transparencia política, pero a trancas y a barrancas seguimos viviendo en una democracia; y puede que el PP no sea el ideal de partido conservador, pero los hay peores dentro de las democracias europeas. Así que, como dicen los franceses, todo este asunto del desagravio a Francisco Camps: a quoi bon? Me dirán que en las últimas elecciones autonómicas también Carlos Fabra planteó el apoyo electoral a su partido como una especie de legitimación de su trayectoria personal. Sin embargo, no es lo mismo. En primer lugar, la iniciativa partió del interesado, no del partido; y en segundo, el sistema clientelar que se pretendía legitimar era una oferta electoral inserta en las elecciones que podían sancionarlo (como sorprendentemente ocurrió).

Ahora no. En las elecciones europeas lo que se dirime es quién representará a España en la UE. Asunto nada trivial en un momento en el que la política hidráulica y medioambiental comunitaria nos ha puesto en el ojo del huracán y en el que la supresión de los fondos estructurales deja a muchas comarcas valencianas con una mano delante y otra detrás. Ya es bastante malo que el PP y el PSOE nacionales quieran interpretar el resultado de dichas elecciones como una confirmación del apoyo a sus líderes, en una lectura claramente desviada de lo que significan. Pero pretenderlos leer en clave interna plebiscitaria constituye un abuso y una estupidez. Sobre todo lo segundo. Porque el PP es un partido de dimensión general, no un partido nacionalista, y su identificación con la Comunidad Valenciana llevará inevitablemente a contradicciones cuando sus intereses choquen con los de otras regiones. Pujol e Ibarretxe pudieron jugar a identificar su región con su propio destino: Camps no puede hacerlo, como no lo han hecho ni Fraga ni Chaves. Así que, si quieren desagraviarle, móntenle una fiesta o una manifestación de apoyo, pero déjense de fuenteovejunas. Y que cada palo aguante su vela.

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