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Apuntes
Columna
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Guerra de sexos

Según los últimos datos, un tercio de los profesores titulares de universidad son mujeres, proporción que desciende a menos de un sexto entre los catedráticos, con reparto desigual en las cinco grandes áreas de conocimiento: 21% en humanidades, 16% en ciencias sociales y jurídicas, 13% en ciencias experimentales, 12% en ciencias de la salud, y tan sólo un 5% en tecnología. Se han barajado tres posibles causas de esta baja representación femenina en el máximo rango académico, que es un fenómeno casi universal.

La primera hipótesis es naturalista: en cada área prevalece el sexo más apto. Pocos responsables académicos o políticos se atreven a sustentar en público esta versión académica de la teoría de la selección natural de las especies. A Lawrence Summers, presidente (rector) de la Universidad de Harvard se le ocurrió afirmar, en 2005, que "en el caso especial de la ciencia y de la ingeniería tiene que ver con aptitudes intrínsecas", provocando un revuelo mayúsculo que forzó su dimisión. Quizás Summers quiso polemizar con el profesor de psicología Mark Brosnan, quien había escrito poco antes que "los hombres que enseñan ciencias duras, como matemáticas y física, suelen tener dedos índice y anular de longitudes semejantes, lo que significa que tienen un nivel de estrógenos inusualmente alto entre los varones". Aunque rechacemos esta teoría, tan acientífica como la frenopatía que hizo furor en el siglo XIX, hay que advertir que goza de innegable popularidad en el mundo no académico, a juzgar por la proliferación de chistes sexistas y por las ventas millonarias de libros de títulos tan provocativos como Los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus (de John Gray). Descartada esta hipótesis, he rastreado en EL PAÍS las opiniones de mujeres académicas.

"Hay que perseguir el machismo académico y son razonables las cuotas femeninas"

Apuntan al machismo en el ámbito académico la norteamericana Mary Gray, entrevistada con ocasión del Congreso Internacional de Matemáticas celebrado en Madrid ("en las matemáticas existe un dominio masculino y los hombres no quieren compartir el poder; como es una disciplina de absolutos, están seguros de que tienen razón; muchos no dan oportunidades a mujeres que son buenas porque quieren clones de sí mismos", 9/9/06) y la bióloga Adelaida De la Calle, ex rectora de la Universidad de Málaga ("en los tribunales hay un componente masculino muy grande y funcionan con esa mentalidad de los méritos", 29/9/08). Aunque hay indicios de machismo académico (¿cómo explicar, si no, el hecho de que no haya ninguna mujer entre los 37 catedráticos de Obstetricia y Ginecología?), la mayor parte de las universitarias piensa que no está generalizado. Así es, al menos, en Matemáticas, según la periodista que cubrió el congreso para EL PAÍS, Charo Nogueira, y distinguidas profesoras, como la presidenta de la Real Sociedad Matemática Española, Olga Gil ("no me he sentido jamás discriminada por mis colegas matemáticos", 7/2/05) o la probabilista Marta Sanz-Solé ("nunca he percibido obstáculos por ser mujer", 9/9/06). Es cierto que la proporción de mujeres que alcanzan el máximo rango académico es inferior a la de sus colegas varones, pero también lo es que la productividad de su colectivo es inferior (según la pedagoga María Ángeles Martínez, tan sólo el 10% de todos los artículos reseñados por el JCR-ISI con autor único está firmado por mujeres).

Llegamos a la tercera hipótesis: el desigual reparto de las responsabilidades familiares sitúa en desventaja a las investigadoras, restándoles tiempo y movilidad. Esta es la hipótesis de la filóloga Maria Josep Cuenca ("en la conciliación de la vida familiar y laboral, las mujeres lo tenemos más difícil", 7/3/05), la matemática Marta Macho Stadler ("tener hijos supone un paréntesis en nuestra carrera", 9/9/06) o la psicóloga y ex rectora de la UNED Araceli Maciá ("la mujer es menos ambiciosa y tiene que hacer un sobreesfuerzo porque tiene una carga familiar", 29/9/08). Es injusto que las mujeres acumulen responsabilidades y tareas que deberían ser compartidas con su pareja, con los hijos adolescentes y adultos de ambos sexos (muchas veces convertidos en consentidos peterpanes) y con los hermanos, pero este problema deben resolverlo en su ámbito familiar, apoyadas, claro está, desde los centros escolares (a través de Educación para la Ciudadanía) y los medios de comunicación.

En conclusión, hay que denunciar y perseguir los casos de machismo académico y son razonables las cuotas femeninas en los órganos de gestión. Sin embargo, las medidas de discriminación positiva debieran concederse en función de la carga familiar (hijos menores, ancianos y discapacitados a su cargo) y no del sexo. Contrariamente a De la Calle, opino que el principio de igualdad, mérito y capacidad debería prevalecer en el ámbito académico, debiendo sustituirse "profesoras e investigadoras" por "profesores e investigadores con personas dependientes" en textos como la convocatoria de proyectos de investigación (BOE, 30/11/07), que establece que las comisiones paritarias de expertos que seleccionan los proyectos "valorarán positivamente la participación de miembros femeninos en el equipo de investigación".

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Miguel Á. Goberna es catedrático de Estadística e Investigación Operativa de la Universidad de Alicante.

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