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Columna
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Hipódromo

Hay momentos en la vida en los que una sólo aspira a quedarse fuera, al margen de todo lo que le rodea, con la esperanza de que la miseria circundante le contamine lo menos posible. Son los momentos british, estupendos para sentarse en un pub con una pinta de cerveza junto al periódico y seguir cómodamente las carreras de caballos. Pero es muy difícil mantener la flema inglesa en esta corrala en que se ha convertido la Comunidad Valenciana.

Desde que comenzó la guerra intestina en el Partido Popular con una denuncia hecha desde sus propias filas -hay que recordarlo- el circo no ha cesado, con consejeros y delegados preguntando qué hay de lo mío, un secretario general aficionado a estrellarse con todo su equipo en coches de gama alta y un presidente sonado. En política, como bien saben los ingleses, los contrarios son sólo adversarios, los enemigos de verdad están en el propio partido.

A pie de calle, sin embargo, las cosas están muy claras: un gobierno que nada tiene que ver con el día a día de los ciudadanos, una vida real que nada tiene que ver con el gobierno y la gente tratando de salir adelante como puede. Los valencianos saben perfectamente lo que hay. Son escépticos y sabios, han sobrevivido a sus propios errores, resisten en medio del caos, comen cien clases distintas de arroz, atienden sus obligaciones y practican con naturalidad el arte de vivir y dejar vivir. Y, aunque asumen su parte de culpa electoral en la cantidad de mangantes y demagogos que les gobiernan, saben perfectamente que no se lo merecen.

Pese a todo no les hace maldita gracia haberse convertido en la vergüenza de todo el país y están del asunto hasta sus partes contratantes, aunque nadie es tan cruel como para querer prolongarle al presidente una agonía que no le desearía ni a su peor enemigo. Se acabó. Bye, bye.

Como les decía, en momentos como éste las carreras de caballos constituyen un emocionante entretenimiento para el espíritu. Siglos de empirismo, humor negro y cielos grises han arraigado esta curiosa costumbre británica que practica hasta la reina madre. Aposentado en la penumbra de un pub, cualquiera puede examinar tranquilamente el historial, los nombres y los colores de los jinetes y caballos que compiten en cada hipódromo. Pero lo que sucede en la Comunidad Valenciana no es una carrera de caballos en Ascot, de modo que el fair play habrá que dejarlo para más adelante, cuando esta comunidad vuelva a estar gobernada por políticos verdaderamente honorables que no ofendan la dignidad de sus ciudadanos. Hoy por hoy el momento british de los valencianos pasa por un cabreo de la de dios es cristo.

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