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Entrevista:JOSÉ GARCÍA AÑÓN | Coordinador de Innovación Educativa en ADE-Derecho | Apuntes

"Implantar la nueva docencia costará décadas"

Ignacio Zafra

La forma de dar clases ha cambiado poco en los últimos siglos. José García Añón (Valencia, 1965), profesor de Filosofía del Derecho, miembro del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València y coordinador de innovación educativa en la doble titulación de Derecho y Administración y Dirección de Empresas (ADE), tiene sobre la mesa (que un buen amigo describiría sólo como desordenada), una cita de Francisco Giner de los Ríos. El fundador de la Institución Libre de Enseñanza definía, en 1889, el modelo educativo que había que transformar, basado en "el formalismo mecánico, verbal y memorístico; la pasividad del alumno, falto de iniciativa propia; la incomunicación entre profesor y estudiantes".

"El alumno trabaja más. Pero sale más preparado para el mundo laboral"
"Aplicar el modelo europeo en grandes facultades va a ser casi imposible"

Añón, junto a otros profesores de la doble titulación de ADE y Derecho, creó en 2003 un proyecto de innovación educativa siguiendo las premisas fijadas en Bolonia para la creación del Espacio Europeo de Educación Superior. Los primeros alumnos de la carrera están a punto de licenciarse tras haber aprendido a través de métodos como el rol-playing (simulaciones en las que los alumnos interpretan las relaciones abogado-cliente, abogado-juez-fiscal...); grupos puzzle; tutorizaciones, y el uso activo (no limitado a ver un PowerPoint) de las nuevas tecnologías.

Pregunta. ¿Cuál es el gran cambio respecto al modelo convencional?

Respuesta. Hay varios. El primero es que se reducen las horas de presencialidad. Porque el objetivo no es medir lo que se enseña, sino lo que aprende el estudiante. No solo en el aula, también en seminarios, en casa, en tutorías... Se trata de fomentar el trabajo autónomo. No dárselo todo hecho, sino los instrumentos para que aprenda a buscarse la vida. Es cierto que en este modelo trabajan más que en el convencional, pero yo les digo: 'También vais a aprender más, y lo que sepáis va a ser mucho mejor en cantidad y en calidad. Lo que busca una empresa o un despacho es alguien que tenga una formación en competencias, que sepa trabajar en equipo y buscar información, que resuelva problemas, y además que sepa Derecho y Administración y Dirección de Empresas. Van a ser más eficaces. Y no en el sentido de mercantilización que se critica a Bolonia. Sino más eficaces en la vida.

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P. Ese modelo exige también una gran reforma de la estructura docente. ¿Es aplicable a grandes carreras como Derecho o Económicas?

R. Para que la innovación funcione, la carga lectiva debe ser equilibrada y eso exige coordinación entre los profesores. En una carrera grande va a ser imposible, o costará generaciones lograrlo. En Derecho, por ejemplo, la coordinación no se produce ni en lo más elemental. Cada profesor tiene su programa, avalado yo creo que de forma errónea por la libertad de cátedra, y puede hacer un examen distinto. Unificar eso sería sólo el primer paso. La coordinación debe extenderse también a los contenidos. Hoy, en un curso, hay temas que se dan hasta en cuatro asignaturas distintas, a veces de forma contradictoria. Es una pérdida de tiempo que requiere renunciar a dar el tema en tu clase y coevaluarlo con otros profesores.

P. También se dice que la nueva metodología es imposible de aplicar en las clases con 100 alumnos que siguen existiendo.

R. Lo es. Si utilizas metodologías activas, pides ejercicios, trabajos, y tienes que evaluarlos, es una locura. Dedicas la vida a corregir. No es viable ni siquiera con 60, porque si lo divides en subgrupos de seis para trabajar en el aula, es imposible manejar 10 subgrupos. Eso no quiere decir que no haya formas de trabajar con grupos grandes, pero lo ideal es en torno a 40 alumnos. Y hay que hacerse a la idea: lo que tenemos es lo que vamos a tener, no habrá un incremento de recursos para profesorado.

P. Han puesto en marcha un sistema para guiar personalmente a los alumnos.

R. Nuestras tutorías no son las tutorías académicas convencionales, en las que el profesor espera a que un alumno acuda a pedirle una explicación. Pero volvemos a lo de antes. Lo ideal es el pupilaje, que funciona a lo largo de toda la carrera, y que dirige al alumno, aconsejándolo hacia su salida profesional. No lo hemos hecho porque exige muchos profesores. Nosotros nos hemos centrado en el primer curso, para facilitar la transición entre bachillerato y universidad. Los convocamos cuatro veces por curso y hacemos un seguimiento no solo académico, que permite detectar los problemas que puedan aparecer en el aula. Al contrario que en otras carreras, aquí asisten casi todos a clase, hay una gran cohesión y una gran competencia.

P. ¿La clase magistral pasará a la historia?

R. No se elimina, pero se utilizan muchos métodos de aprendizaje en un libro. La cuestión es que somos 300 o 400 profesores solo en Derecho y hay quien no va a cambiar la forma de dar clases. La lástima es que la estructura tan burocratizada de la universidad no permita que quienes entre estos, por experiencia o conocimientos, dan muy buenas clases magistrales sigan haciéndolo. Que junto a ellos haya otra clase de profesores con una función más flexible (que usen, para entendernos, metodología innovadora). Y que exista un tercer tipo de profesores (alumnos de últimos cursos o de doctorado) que colaboren a llevar a cabo la metodología. Que sean de verdad profesores ayudantes y no directores de grupo como ha pasado siempre. Este cambio es muy difícil porque somos una universidad pública. Para muchos la innovación ha sido una cuestión semántica: se han apuntado porque exige dar menos clase o porque les va a contar para su promoción, pero la realidad es que nunca han hecho innovación.

Innovación en aulas viejas

Los problemas prácticos suelen arruinar las mejores ideas. Y las facultades valencianas tienen un serio problema con las infraestructuras: la mayoría de sus aulas, incluso las construidas recientemente, están sufriendo un proceso de envejecimiento acelerado que resultará evidente el primer día de clase de las nuevas carreras, los títulos de grado, que sustituirán a las licenciaturas, las diplomaturas, las ingenierías y las técnicas con la entrada en funcionamiento del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES).

Nombres y número de créditos aparte, la auténtica transformación que conlleva (o debería hacerlo) la implantación del EEES consiste en cambiar la forma de dar clase. Todos los ejercicios de innovación docente que se han puesto en marcha (y merecen ser mencionados) a modo de ensayo en los últimos años siguen un mismo patrón: reducción del muy antiguo modelo de clase magistral, y apuesta por métodos que exigen una participación activa del alumno.

¿Un ejemplo? Los estudiantes de una clase son divididos en pequeños grupos. Cada miembro del grupo queda encargado de uno de los temas tratados en el aula, sobre el que pasa a ser denominado experto. Los expertos sobre el mismo contenido se reúnen para resolver un problema planteado por el profesor. Después todos vuelven a sus grupos con una misión: lograr que todos los demás entienda el asunto y sepan explicar cómo se resuelve. A continuación, el profesor pide que un alumno de cada grupo explique un tema aleatoriamente, excepto aquel sobre el que es experto.

Para desarrollar esa actividad (llamada grupo-puzzle, basada en las técnicas del psicólogo estadounidense Elliot Aronson) y muchas otras relacionadas con el aprendizaje cooperativo, es necesario un aula que permita a los alumnos hacer y deshacer rápidamente los grupos para trabajar en equipo. Unas condiciones que se ajustan mal a los grandes bancos, por ejemplo, del campus de Tarongers.

Pero sobre todo (igual que el seguimiento tutorizado de los estudiantes) requiere aulas con un número razonable de alumnos. Lo contrario a las clases de más de 100 personas que sigue habiendo en Derecho, Económicas, Empresariales... Ese problema, detectado por profesores, decanos y rectores, podría solucionarse subdividiendo las aulas creadas en la época de la masificación y aumentando, allí donde falten, los docentes

La advertencia ha sido transmitida a la Consejería de Educación, con escaso éxito. Bastante tiene el Consell con la ingente deuda que mantiene con las universidades (891 millones de euros a devolver en 15 años, según la última estimación oficial ofrecida por el consejero Alejandro Font de Mora) para ponerse a adaptar las facultades para sus nuevos desafíos.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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