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Columna
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Infelices Pascuas

El tiempo pascual, que siempre se caracterizó por el rito de la muerte y de la resurrección en nuestra cultura occidental -una forma religiosa de celebrar la consagración de la primavera-, tiene este año un significado especial porque la muerte ha alcanzado dimensiones nunca vistas. En el tiempo que llevamos desde comienzos de otoño, han muerto muchas cosas. Ha muerto nuestra confianza en el futuro, se ha hundido la economía, se está desintegrando la sociedad y ya se vislumbra el entierro de toda una clase política. El desastre es general, pero el caso español conmueve especialmente. El país que no hace tanto figuraba a la cabeza de las previsiones optimistas de los diarios económicos del mundo, ahora hoza estupefacto en la basura junto con los demás PIGS (así llaman los anglosajones a Portugal, Italy, Greece, Spain). Y si esto resulta deprimente en España, para qué quiero contarles lo que ocurre en la Comunidad Valenciana. Con una deuda astronómica, con las áreas productivas paradas y en liquidación, con las mayores tasas de paro y de fracaso escolar, el ciudadano no tiene otra distracción que observar estupefacto el hundimiento de unos dirigentes irresponsables que ven cómo sus proyectos megalómanos se van disolviendo uno tras otro mientras las secuelas legales de la corrupción -que consintieron, cuando no fomentaron- les pisan los talones.

Y en esto que llega el presidente del Consell y afirma jactancioso que "apuesta por la construcción". Es evidente que nuestro hombre se refugia en los sueños para consolarse con imágenes de un mundo que ya no volverá. La frasecita se las trae, pero no me interesa criticarla, sino reflexionar sobre su significado profundo. Pues, aunque Francisco Camps no lo sabe, su apuesta por la construcción es como el eppur si muove de Galileo: encierra una verdad profunda, aunque es dudoso que a él llegue a librarle de la hoguera. El problema, en efecto, es que la mayoría de la gente aquí no sabe hacer otra cosa. El I+D está muy bien, pero hace falta dinero -que hemos dilapidado- y formación -que hemos torpedeado-. ¿Qué actividad productiva mayoritaria podría reemplazar en el futuro inmediato al sacrosanto ladrillo y al turismo, su corolario?

Es posible -aunque no probable, la crisis aprieta- que muchos valencianos vayan estas vacaciones a playas extranjeras de Grecia, Italia o Túnez o a otras playas españolas. Nunca lo he entendido: si lo que pretenden es disfrutar de la playa tan sólo y no hacer turismo cultural, en ninguna otra parte del Mediterráneo encontrarán una extensión casi continua de playas anchas y de fina arena como las de aquí. Las destrozamos -no sólo los políticos, también la inconsciencia de los ciudadanos-, pero allí siguen. La manera de aliviar el paso a otras modalidades laborales es cambiar construcción por reconstrucción. Nuestro rostro exhibe la huella de los excesos pasados, pero habrá que hacer de la necesidad virtud maquillando las deformidades. Vale decir: demolición de lo excesivo y readaptación a usos de ocupación permanente como las residencias geriátricas, un vivero apenas explorado. Todo menos seguir suicidándonos con ese modelo insostenible de segunda vivienda ocupada un mes al año que ha sido la fuente de todos nuestros males. Y más vale que empecemos de una vez y dejemos de lamentarnos o de proponer imposibles: de lo contrario, estas y las que vengan -¿hasta cuándo?- serán unas muy infelices pascuas.

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