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Columna
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¿Ja en tenim prou?

Lo que le queda del PP a Camps, después de la desbandada de los zaplanistas enrolados en diversas siglas, no es más que pánico a dejarse el poder de la Generalitat. Ese pánico lo ha llevado a desconfiar de cuanto lo rodea, y a precipitarse, sin pensárselo dos veces, en la práctica del lápiz rojo, tan propia de regímenes dictatoriales, de esos que abominan de los derechos y libertades de la ciudadanía. Camps se ha dado un baño lustral en las charcas putrefactas de los inquisidores, de los reprobadores, de los chivatos y mamacallos, y cómo ha salido el hombre. Imagínenselo. Con esos churretes, Camps ha emprendido su cruzada contra la libertad de expresión y no hace más que dar mandobles a su propia sombra. Así se explica su derrota en los altos de la Carrasqueta, y en las cercanías del repetidor de TV3, que tiene instalado Acció Cultural del País Valencia. Bajo la lluvia, cientos de personas impidieron que se perpetrara el cierre de las emisiones y que se mutilara el derecho a la pluralidad informativa, por la actitud "franquista e intolerable" del PP, como ya es bien sabido, aunque Eliseu Climent, presidente de ACPV, no se privó de puntualizarlo una vez más. Mientras continúa esta guerra, en el frente del Ja en tenin prou se suceden las escaramuzas. Ciertamente por un disparate de la Junta Electoral de la Comunidad Valenciana, como ha calificado la candidata del Compromís a la Generalitat, Glòria Marcos, a la decisión de prohibir parcialmente la proyección del largometraje Ja en tenim prou. Como era previsible, la prohibición no ha hecho más que aumentar muy considerablemente el interés por verlo. Ja en tenim prou se está convirtiendo en un fenómeno social, por su indudable calidad y por la torpeza y los tembleques del PP. Se trata de una serie de vídeos realizados con ingenio, ironía y sarcasmo, a lo largo de los cuales se critican diversos aspectos de la política que ha realizado y realizan el ejecutivo popular, en nuestra autonomía. De un lado, Camps se ha revelado notable discípulo de Fraga, en sus tiempos de ministro de Franco; y de otro, su denuncia no viene más que a sentenciar, por la mezquindad de sus pretensiones de censor, el acierto de los contenidos de una película resuelta en éxito. Pero es lamentable y hasta repugnante, observar ciertos comportamientos que atentan impunemente contra la imaginación y el talento de los creadores, y contra la libertad de crítica. La miseria cultural y artística, el endeudamiento generalizado y la desorbitada especulación del suelo, son los límites de esta Comunidad, que se hunde irremediablemente. En cierto folletín, un caballero le pregunta a una joven: "¿Por dónde se va a su habitación?". Y la joven, honesta y ruborizada, le responde severamente: "Por la iglesia". El censor, confuso y temeroso, por lo que consideró irreverente, tachó la respuesta, y lo complicó más, al escribir en su lugar: "Por la cocina". Pues por la cocina, Camps siempre podrá encontrar una puerta discreta para abandonar el escenario.

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