_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De Jesuitas al Cabanyal

Bien está lo que bien acaba es el título de una comedia de Shakespeare, que aunque no tuvo mucha fortuna en vida del dramaturgo, acabó convirtiéndose en dicho popular. Un proverbio que, como casi todos los refranes, supone peligrosas generalizaciones.

Y es que a pesar de que, para tal como estaban las cosas, el enjuague final con el que se salda el largo pleito del solar de Jesuitas no haya acabado mal del todo, tampoco es que sea para echar las campanas al vuelo. Es cierto que el Jardí Botànic y la fachada del río y el perfil de la ciudad histórica se van a salvar de la siniestra sombra de las torres proyectadas. Aunque nadie debe llevarse a engaño. Este pasteleo no le va a salir gratis a la ciudad, perderá el edificio municipal de la avenida de Aragón cuyos servicios han sido trasladados al complejo de la vieja sede de la Tabacalera del barrio de la Exposición. Pero no solo. Porque si este traslado ha sido posible, es porque previamente Rita Barberá forzó una operación mediante la cual unos cuantos edificios de la antigua Tabacalera fueron allanados para convertirse en solares que, tras pasar a manos privadas, van a convertirse en viviendas de lujo. Contra este trapicheo, el grupo municipal socialista que dirigía Carmen Alborch llegó a plantear una demanda por expolio. Eran otros tiempos, cuando la oposición al PP aún no había sido reblandecida por la contemporizadora mano de Jorge Alarte, el mismo que impuso a los suyos la retirada de las acciones judiciales sobre otro pelotazo vecino, el del estadio del Mestalla.

Es evidente que en este asunto ganaron los Jesuitas y ganará el promotor. Se supone que también ganará la ciudad, pero es obvio que no tanto. Afortunadamente los veinte años que ha durado el conflicto, heroicamente mantenido por la plataforma cívica Salvem el Botànic, no han supuesto ningún daño para el barrio más allá del desgaste que supone tener que luchar por lo evidente. Una situación que no se da en absoluto en el conflicto del Cabanyal.

La degradación del Cabanyal se incrementa día a día y cada mes que pasa el deterioro es más patente y más irreversible. Amnistía Internacional, (http://www.es.amnesty.org/index.php) una ONG que por su historia y su prestigio está por encima de cualquier sospecha partidista, ha denunciado la violación de los derechos humanos en el barrio. Su informe Derechos a la intemperie. Obstáculos para hacer los derechos económicos y sociales en España constituye una precisa radiografía de los males que amenazan al barrio y a la vida cotidiana de sus habitantes: expolio urbanístico, derribos y desalojos forzosos, cargas policiales brutales contra los vecinos, permisividad con el tráfico de drogas y violación del derecho a una vivienda digna.

Un expolio que está llevando a muchos vecinos a la desesperación, que es el dolor de los débiles. Una merienda de negros, que se hace en nombre del progreso, como si el hecho de que un caníbal utilice tenedor y cuchillo para comer signifique un adelanto.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_