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Columna
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Lara

José Luis Ferris

Todo pensamiento luminoso es inútil si no se materializa en un papel escrito. Todo papel escrito carece de validez y de futuro si se archiva en un cajón por los siglos de los siglos. La conclusión es clara: para que una idea trascienda ha de adquirir consistencia formal y divulgarse a través de mecanismos imperecederos y sólidos. El libro, por ejemplo, es el medio más aconsejable para preservar el mayor tesoro humano que conozco: la imaginación, el pensamiento y la emoción de los hombres. No sé de otro vehículo más eficaz. Tampoco de relación más gratificante y verdadera que la que se establece entre escritor y lector. Ambos se necesitan para adquirir significado, se complementan como la voz y el eco y pierden su absoluto sentido el uno sin el otro. Pero también es cierto que tal relación sería rigurosamente impensable sin la figura mediática del editor, esto es, sin el canal de unión entre ambos mundos. Creer en una aventura así y, además, fomentar y popularizar el idilio entre ellos (escritor y lector) es la tarea que ha hecho de José Manuel Lara Hernández, un empresario respetable y legendario. En un tiempo en el que los niveles de lectura tocaban fondo y los intelectuales padecían un miserable descrédito, el patriarca de la edición española creo la editorial Planeta y convenció al respetable de que el libro era un bien necesario. Sin ajustarse al modelo de hombre refinado y culto, empleó su talento en rodearse -sin mirar ideologías- de colaboradores de prestigio, contando siempre y en primer lugar -esto es lo envidiable del asunto- con María Teresa Bosch, su eterna compañera y una firme enamorada de la literatura. El pasado lunes murió en Barcelona tras sucumbir a una larga enfermedad degenerativa. Fue enterrado el martes entre una nube de empresarios, escritores, libreros, políticos, obreros de la edición y lectores agradecidos.

Si yo, como tantos autores del grupo, le debo algo es, fundamentalmente, haberme trasmitido la sensación de respeto que siempre tuvo por quienes nos dedicamos a escribir. Con ese mismo respeto le digo adiós y le agradezco el mecenazgo con este ramo triste de palabras.

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