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Eruditos versus ilustrados

El poeta y humanista francés Du Bellay escribía: "A veces estando cerca de la tumba de Aquiles, decía a gran voz: "Feliz adolescente que encontraste tal voceador de tus méritos". Y en verdad sin la divina musa de Homero la misma tumba de Aquiles hubiese ocultado, también, su fama". Y es cierto, la fama no siempre depende de los propios méritos, sino que a menudo va indisolublemente unida al testimonio de un biógrafo, de un voceador, que la pule y delimita, y que finalmente le da una dimensión humana. Sin James Boswell, Samuel Johnson se nos diluiría en un sin fin de ensayos eruditos, y sin Frank Harris, Oscar Wilde no sería nuestro Oscar, sino el de la prisión Reading. Una biografía no es un estudio, ni una reflexión, ni un ensayo sobre la obra de un escritor: una biografía, como el término ya indica, está para dar "vida", para resucitar del farragoso paso del tiempo la epopeya humana de un autor. Sin André Maurois, o sin Jean Orieux, Voltaire no estaría tan vivo entre nosotros, o sin Michel Crouzet, Stendhal sería poliforme como sus obras, pero inalcanzable como ser humano.Y quizá sea eso justamente lo que le falta al trabajo de Antonio Mestre Don Gregorio Mayans y Siscar: entre la erudición y la política: una intención más explícita de divulgar, de vocear, la vida del autor. Porque, sin duda, era necesaria una biografía sobre Mayans (al igual que lo es sobre Cavanilles o Jorge Juan), pero ésta debería haberse enfocado desde la visión más personal y humana del autor. Un trabajo de corte académico, como el que nos propone Mestre, resulta de indudable valor para los especialistas, pero ofrece escasas oportunidades a un lector sin intereses a priori. La vida de Mayans, del solitario de Oliva, aparece desdibujada por un sinfin de datos, comentarios y notas de la más alta erudición, y echamos de menos conocer más detalles de su esposa, de sus hijos, de los problemas de herencia con su hermano, de la vida en Oliva en el siglo XVIII. En fin, encontramos a faltar más ilustración y a sobrar tanta erudición.

Claro, que eso mismo ocurre en la obra de Mayans. Entre sus obras no hay ninguna de acceso medianamente fácil al público. Desde sus biografías piadosas hasta sus cartas latinas, el tono se aleja conscientemente del lector común, lo que en cambio no sucede con el padre Feijoo. Es curiosa e interesante la enemistad entre ambos, y se entiende fácilmente: Mayans era un erudito, mientras que Feijoo tenía vocación de ilustrado. El mismo Antonio Mestre lo sugiere: "La gracia, el ingenio y la habilidad de Feijoo lograron el fruto ansiado por medio del ensayo. En cambio, Mayans quería seguir el progreso por medio del trabajo metódico y sistemático aplicado a las letras humanas e historia. En consecuencia, buscó otro lector". ¿Qué lector? El lector de erudición suficiente, que pudiese aprehender (iba a escribir, deglutir) sus estudios sobre historia y literatura. Y así, en una de sus cartas, critica con dureza el estilo de Feijoo: "Verdad es que si hubiera escrito de otro modo, no hubiera sido leído y estimado de tantos, porque son muy pocos los que entienden las cosas tratadas científicamente, y por eso, cuanto mejor es un libro, por la dificultad del asunto y delicado modo de tratarle, tantos menos lectores tiene".

Es decir, según Mayans los libros de Feijoo eran malos y por eso tenían muchos lectores. El erudito holandés Gerardo Meerman escribía a Mayans una carta que creo que resume a la perfección las ideas del erudito valenciano: "Sobre Benito Feijoo pienso como tu, varón esclarecido. Tuve en otro tiempo su Teatro crítico, pero después lo di a un amigo, porque nada encontraba en él que no estuviese sacado de los escritos de Malebranche, Locke, Newton y otros filósofos". ¡Bravo! Lo mismo se podría decir de las Cartas filosóficas de Voltaire. O del Espíritu de las leyes de Montesquieu. O de la Enciclopedia de Diderot y d"Alembert. En definitiva, tanto Mayans como Meerman acusan a Feijoo de tan sólo "divulgar" las ideas del empirismo, y hacerlo hacia un público amplio y diverso, con el deseo explícito de ilustrarlo y sacarlo de la ignorancia.

Por todo ello, no considero que Gregorio Mayans sea un ilustrado, como desde hace unos años se viene defendiendo. Ni tampoco creo que Cavanilles, Jorge Juan, Pérez Bayer, por citar los nombres más recurrentes, entren dentro de esa definición. Sin duda, son sabios, pero no por haber sido sabio en el siglo XVIII se es automáticamente ilustrado. Más ilustrado -a pesar de todo- me parece el padre Feijoo, cuyo Teatro crítico recuerda algunas de las obras de la Ilustración Francesa, entre ellas -¡ay!- el Diccionario filosófico de Voltaire. Y en este sentido, me alineo con la visión de Jean Sarrailh, que un su excelente libro La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII -tan criticado actualmente por el nacionalismo español-, ya acotó adecuadamente la débil influencia de la Ilustración en nuestro país.

Sea como sea, quizá sería interesante preguntarse si en ese intento que anima al gobierno valenciano de calificar de ilustrados a los que fueron nuestros eruditos del siglo XVIII, no se esconde más un deseo político que intelectual. ¿A qué viene esa nueva manía de ensalzar de repente la Ilustración valenciana? ¿Quizá porque casi toda ella residió en Madrid? ¿Y escribió en español? Sin embargo, Miguel Artola, en su libro Los afrancesados, afirma con contundencia: "Sin temor a pecar de exagerados, bien puede decirse que España no llegó a conocer siquiera el espíritu ilustrado". ¿Entonces, Valencia? ¿Y su museo?... Sí, hubo un solitario de Oliva, "ornamento y eximia gloria de España", varón esclarecido, muy devoto de la Inmaculada Concepción, a la que dedicó un estudio. Pero poco más, y no se imaginan cúanto, ¡cuánto!, lo siento.

Martí Domínguez es escritor.

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