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Columna
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Magdalenas populares

El viajero valenciano que este verano haya zascandileado por la península para distraer el ocio estival es muy probable que tropezase a menudo con el guasón de turno aparentemente pasmado por la afición de nuestros dirigentes políticos conservadores a ser agasajados con indumentarias y complementos de moda. Resulta asombrosa la proyección alcanzada por la imagen de este puñado de gobernantes acicalados y corruptos a la luz de los indicios que les inculpan, una imagen que no cesa de agrandarse y nutrirse con las revelaciones policiales de irregularidades y delitos, unas revelaciones que, por la cadencia en que se producen, nos evocan la gota malaya, un suplicio capaz de socavar el temple más aguerrido. No nos extraña que algunos notables del PP indígena estén de los nervios y agoten las reservas farmacéuticas de ansiolíticos.

Tras el pasmo, la pregunta: ¿Y cómo se sostiene ese retablo de golferías que viene siendo la cara más visible y glosada de la política valenciana, a la par con la ineficiencia sin precedentes de un Consell que por inercia, identificación o fuerza mayor prolonga la de quien lo preside, la de nuestro otrora molt honorable Francisco Camps? La cuestión no se despacha con un simplismo, por más que nos tiente echarle el muerto a la evidencia de una sociedad políticamente desmovilizada, que probablemente nunca fue tan progresista como creímos y que en su mayor parte está requerida por los rigores de la crisis económica que por estos lares ha irrumpido con tanta dureza como leve expectativa de futuro. Un aspecto, éste, que se decanta también de la imprevisión de cuantos nos gobernaron al amparo de la prosperidad que soplaba y creyeron que la mejor inversión eran los grandes eventos y tantas banalidades que han contribuido a esta ruina de la que un día habría que exigir responsabilidades en las urnas.

Y esa, la de las urnas, será la próxima gran prueba autonómica y municipal de si en el País Valenciano hay vida política y sensibilidad social más allá de la que ahora se percibe para erradicar estas tramas corruptas que con un lenguaje pueril, pretendidamente críptico, hablan de "galletas" y "magdalenas" para simular las subvenciones y tejemanejes urdidos entre el PP y sus patronos protectores y protegidos, o simular si procede el reparto gracioso de trajes y complementos entre esta banda de desarrapados morales. Que uno de ellos con mando en el partido conmine a pedir perdón por la divulgación de tales desmanes, policialmente constatados, sólo revela que la desvergüenza y la arrogancia nublan a menudo el juicio. Solo faltaría que tuviésemos que transigir con los chorizos que nos parasitan.

Lo cual nos aboca a considerar la virtualidad de la oposición como alternativa, si bien este es un asunto que requiere su espacio y oportunidad. Por el momento, la novedad más destacada en este frente y estos días es la vuelta al tajo político -hay quien habla de exhumación- del ex ministro Antonio Asunción, un socialista histórico, un peso pesado curtido en mil batallas. Bienvenido sea, pues la experiencia es un capital valioso, por más que no cotice al alza. Y en este caso, únicamente el poder y la ocasión -que no el pesebre- es con toda seguridad el motor que le mueve. No habrá notables diferencias con el discurso del candidato Jorge Alarte, pero animará estas primarias del PSPV. A la postre, la democracia solo daña a quienes no la practican, como es el caso de la derecha valenciana.

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