Mentiroso compulsivo
Hiperbólico y trolero quizá sean los rasgos más definitorios del perfil político de Francisco Camps en tanto que presidente de la Generalitat. Eso hasta ahora. En adelante, probablemente a partir de otoño, esta sumaria semblanza puede completarse con otras características decantadas de las resoluciones judiciales que se producirán a raíz de sus relaciones con la trama Gürtel. Entonces es posible que hayamos de hablar sin cautelas de corrupción, con lo que el molt honorable se habrá encaramado a lo más alto del pedestal dedicado a los gobernantes autonómicos calamitosos que nos han tocado en suerte a los valencianos. Y resulta paradójico que, a nuestro juicio y al de otros críticos, en esa escalada ha sido más decisiva la fatuidad que la malicia, así como la debilidad ante la lisonja, que no la codicia. En realidad, el problema de nuestro gran hombre es que el cargo siempre le ha venido grande y, a mayor desgracia, su predecesor Eduardo Zaplana, con todas las reservas que se quiera, le dejó el listón muy alto.
En esta semana que acaba, el presidente ha tenido de nuevo ocasión de exhibir su propensión por la hipérbole. En el que muy bien ha podido ser su último cierre de legislatura en las Cortes, el jefe del Consell ha vuelto a exaltarse loando la transparencia de su Gobierno con la misma falta de fundamento que en otras ocasiones predica su eficiencia o austeridad, cuando tan obvios son la opacidad, como los incumplimientos y los despilfarros. Pero esas evidencias le tienen sin cuidado. En un alarde de autismo nuestro gran hombre se aferra cada día más a su sermón, que es un autobombo sumario convertido en mantra. A menudo no tiene nada que ver con el debate, e incluso es más propio de un individuo alienado o alelado, pero al parecer ese es el recurso que prefiere para afrontar -o más bien eludir- la inclemente ofensiva de la oposición. Al fin y al cabo, y a tenor de las encuestas demoscópicas, ha de pensar que nada de cuento diga o haga ha de restarle votos. Un asunto, por cierto, digno de ser analizado por expertos en comportamientos erráticos del pueblo soberano.
Exageraciones a veces risibles de puro disparatadas y también mentiras que podríamos calificar de piadosas o necesarias, como todas las contundentes afirmaciones y negaciones en torno al mortificante episodio de los trajes que, al final, va a resultar profético que se convertirán en su mortaja política. En este capítulo, el presidente ha ido en todo momento desnortado, pero a contramano del alud de indicios, testimonios y hasta evidencias. Si en este trance ha seguido el criterio de algún asesor ya es tarde para destituirlo. Si ha fiado únicamente en su juicio es que propende al suicidio político. En todo caso, es previsible y justo que pague un alto precio por tanto embuste. A la luz de esta constatación resulta cuanto menos chocante que el consejero Rafael Blasco tilde de mentiroso compulsivo al portavoz socialista Ángel Luna. ¿Quién lo es? Sin duda, un penoso lapsus.
Ante este panorama y las previsiones lógicas no ha de extrañarnos que el PP anuncie la novedosa decisión de suprimir la imagen del hoy presidente en las vallas electorales del 22 de Mayo. No solo neutralizan así las tentaciones de que las emborronen con pintadas inconvenientes, como "wanted" o transmutando al candidato en Pinocho, sino también el riesgo de promocionar a un personaje distinto de quien realmente será el molt honorable en la próxima legislatura.
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