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Columna
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Milagro

Son cada vez más los españoles que se preguntan cómo es posible que en una situación como la presente, con más de cuatro millones de parados, un sistema financiero que no financia, numerosos Ayuntamientos y comunidades autónomas (entre ellas, la nuestra) incapacitados para hacer frente a sus deudas y una Europa a la deriva, aún se respire cierta normalidad en la calle y la gente acuda al trabajo cada mañana como si no pasara nada.

Pues bien, la respuesta es bastante más sencilla de lo que parece: se trata de un milagro; y además, de larga tradición. Ya en los años sesenta, sin ir más lejos, se hablaba del "milagro económico español" para referirse a las elevadas tasas de crecimiento que conseguía, año tras año, un país como este que, por no tener, no tenía ni carreteras, lo que lógicamente llamaba la atención en todo el mundo civilizado.

Y no se trata solo de una percepción intuitiva. El análisis de algunas de las cifras macroeconómicas que los economistas manejan nos lleva a la misma conclusión, aunque desde argumentos algo más elaborados. Por ejemplo, sabemos que la población española es de 45 millones, pero únicamente 31,4 millones están comprendidos entre los 16 y los 64 años, que es la edad legal de trabajar (la real no rebasa los 62 a causa de las jubilaciones anticipadas). Sin embargo, aquellos que buscan trabajo (población activa) no alcanzan los 23 millones. Y, en fin, quienes acaban realmente encontrándolo son solamente 18 millones.

Una primera conclusión bastante sorprendente es que toda España vive del trabajo de 18 millones de personas, lo cual, ya de por sí, sería un auténtico milagro; a no ser, claro está, que pudiéramos demostrar que la productividad de estas fuera lo suficientemente elevada como para mantener a tanta gente ociosa con cierta holgura.

Pero es que no podemos, porque el valor añadido de la economía española apenas nos alcanza para lograr una renta per cápita, antes de impuestos, de 23.000 euros (20.000 en la Comunidad Valenciana) y para pagar un salario medio por trabajador de 21.500 euros al año, que, sin embargo, es de 46.000 euros en el Reino Unido, 40.000 en Alemania, 36.000 en Finlandia o Suecia y 32.000 en Francia (en coherencia con la mayor productividad obtenida en estos países). Y por si todo esto fuera poco, resulta que los costes laborales por unidad de producto (que es lo que de verdad importa) han crecido un 33% en España a lo largo de esta última década, mientras que solo lo han hecho un 19% en Francia, un 16% en Finlandia, y un 0% en Alemania.

Entonces, si por una parte hay muy poca gente trabajando, el valor que genera cada uno de estos trabajadores es más bien escaso, y además los costes no paran de subir, y, por otra los españoles no están en el nivel de indigencia que cabría esperar de todo ello, la única hipótesis plausible es que, efectivamente, estemos ante un milagro en toda regla. Lo cual, si bien tiene su lado malo porque los hechos se tornan incomprensibles (al ser su origen divino), tiene la enorme ventaja de convertir nuestras acciones en totalmente irrelevantes. Algo es algo.

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