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Columna
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Milagros

Dos forasteros de aspecto extraño llegan a la ciudad. Se disponen a contactar con los nativos. Uno de ellos lo hace y desaparece. El compañero que queda deberá emprender su búsqueda. Inexperto en los usos locales, observa con atención. Debe tomar buena nota. Para ello, nada mejor que despistar: emboscándose sin ser visto o adoptando disfraces que confundan. Pues en el fondo está espiando y eso siempre se tolera mal. Es algo así como un ladrón de informaciones, un extranjero que recopila datos. Justamente por eso, el visitante debe pasar inadvertido.

Pero, dada su ignorancia patosa, el forastero es víctima habitual de su propia imprudencia, de su desconocimiento y de la conducta feroz y retadora de los naturales. Es vejado por su aspecto o recibe palos de esos indígenas. La ciudad tiene sus primitivos, sí: esos que no gustan de ser observados. Y tiene sus dirigentes, esos que gustan del boato y la lisonja.

Como hay eventos de gran efecto y como hay elecciones frecuentes, la urbe vive en un estado de agitación o de sitio. O algo parecido: las calles están patas arriba, repletas de obras, escombros, mármoles y granitos caros. Pueden contemplarse edificios suntuosos que sirven a las autoridades para darse mucha pompa; pueden divisarse zanjas por las que al menor descuido te cuelas; y puede verse dinero, mucho dinero que circula y unta. El visitante, que añora a su compañero, no se resigna y lo dice expresamente: "Me persono en la catedral con la intención de ofrecer un cirio a Santa Rita". Quiere solicitar sus favores. ¿Para qué? Para que vuelva... Gurb.

Sí, amigos, ya lo habrán descubierto: estamos hablando de aquel folletín de Eduardo Mendoza que protagonizaban dos alienígenas. Muchos lo han leído, un libro jocundo del que ahora se cumplen veinte años. Los avatares transcurren en la Barcelona preolímpica y el autor se sirve de esta fábula moral para bromear y criticar lo chusco, para escarnecer el comportamiento de los naturales. Desorientados, los habitantes de la novelita vivían entre el disparate y la picaresca.

He vuelto a leer Sin noticias de Gurb en la nueva edición que ahora se ha hecho y que recupera las ilustraciones originales de Perico Pastor. Qué voy a decirles, que la lean o la relean, que es una deliciosa gamberrada. Y les digo también que sustituyan el nombre de Barcelona, la de Gaudí y los Juegos Olímpicos, por el de la Valencia reciente, la de Calatrava y la Copa del América. Verán qué efecto: muchas risas o mucha pena. Como los barceloneses de Mendoza, también los valencianos estamos desorientados, entre el disparate y la picaresca, en medio de una zanja muy honda. Allí, en la novela, tienen a Santa Rita. Pero aquí tenemos a unos cuantos santos que obran milagros; o a unos cuantos listos que hacen favores.

http://justoserna.wordpress.com

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