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Columna
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Nos echan

Excepto la vida real, todo lo demás orbita en torno a las elecciones del Parlamento Europeo. Declaraciones, propaganda, estrategias de gobiernos y oposiciones se articulan en función de la convocatoria. La agenda oficial intensifica su presión, como si nuestro futuro, además del suyo, dependiese de ese escrutinio. Un poco de calma. La Eurocámara es allí donde buena parte de la derecha y casi todos los socialistas que ya ni siquiera disimulan su fascinación por el adversario votaron -y perdieron- una propuesta que pretendía implantar un horario laboral parecido al que regía en Manchester en el siglo XIX. El Parlamento de Estrasburgo es, también, donde el PP y el PSOE se dieron un arrumaco a cuenta de condenar y abstenerse, respectivamente, ante el informe (aprobado) contra el urbanicidio español, muy especialmente el valenciano. ¿Sí o sí? Pues sigamos. El Parlamento Europeo, para bien o para mal, todavía no goza de excesivas competencias y la cosa va para largo. Vale, también están los Verdes y la izquierda llamada radical, que se lo curran y de vez en cuando sacan los colores a la gente de orden. No obstante, lograr escaño genera espléndidas pensiones y apetitosas prerrogativas, para acceder a las cuales está reservado el derecho de admisión. En esa Cámara y en las otras. En Estados Unidos cualquiera puede llegar a presidente, pero lo que es por estos pagos, mejor no hacerse ilusiones de pillar. Usted, ni usted, ni tampoco usted pueden soñar con una paga de eurodiputado, una pensión de congresista o un retiro de senador. Sistemas electorales y partitocracia aseguran que el engranaje, aunque parezca obsoleto, funcione. ¿Dije obsoleto? Para los agraciados (y agraciadas), por supuesto que no. ¿Envidia cochina? Quizá, pero tampoco en demasía. Algo irritante resulta, es cierto, cargar con las consecuencias y el gasto del deterioro de una política que pierde su categoría para parecerse a un club privado. ¿Demagogia? Qué va. Según la última encuesta del Instituto de la Juventud, dependiente del Ministerio de la Igualdad (allí donde dicen contribuyentes y contribuyentas), a finales de 2008 el 50% de los jóvenes españoles no expresaban ningún interés por la política. En 2004 el porcentaje era del 38%. Quiere decir que, si no cambia la tendencia, dentro de cuatro años habrá más desinterés. Y las cohortes desinteresadas que hoy batallan con el acné, entrarán en su espléndida madurez sin experimentar la más leve excitación ante los programas electorales y las conductas de sus señorías. Aunque igualmente sufrirán las consecuencias. Con listas cerradas y demás blindajes, van echando a la ciudadanía de un sistema que solo admite contribuyentes y beneficiarios. Que no siempre coinciden.

Las pasadas elecciones europeas arrojaron en la circunscripción española una abstención del 54,86%. O sea, más de la mitad del censo eludió pasar por el colegio electoral. El 7 de junio también puede ser un gran día de playa para las estadísticas. Fruto de la convocatoria y del corrimiento de sillas, Leire Pajín logrará acta en el Senado a temprana edad. Otro día hablaremos de ese termalismo con tres décadas de solera. Y gracias a otra carambola de la política al uso, el laborioso concejal y diputado provincial José Luis Ábalos se acomodará en el Congreso. Sin duda todo forma parte de la estrategia para salir de la crisis. No está claro si la advertencia del gobernador del Banco de España sobre el fin del sistema de pensiones también incluía las de sus señorías. Las de Estrasburgo y las de más acá.

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