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Columna
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Ochoa y la ciencia en España

El 16 de octubre de 2009 se cumplió el 50 aniversario de la concesión del Premio Nobel de Medicina a Severo Ochoa, compartido con su discípulo Arthur Kornberg, por sus investigaciones bioquímicas y "descubrimientos del mecanismo de la síntesis biológica del ADN y del ARN". Lo recibió medio siglo después de que lo obtuviera Ramón y Cajal (1906) y en torno a la figura de éste último se engendrase en España una cultura de apoyo a la ciencia sin precedentes en nuestro país, como instrumento de progreso, regeneración y modernidad. Las modestas instalaciones y las políticas de apoyo a la ciencia miraban a Europa desde el microscopio de Cajal, extendían políticas educativas laicas y multiplicaban los esfuerzos institucionales y los programas de pensiones en el extranjero, para que jóvenes investigadores como Ochoa y otros muchos cientos se formasen en los mejores laboratorios y centros de investigación del mundo. Ochoa es hijo de una generación de jóvenes científicos españoles que sucumbieron víctimas de la derrota de los ideales republicanos a causa del golpe militar fascista de 1936. Discípulo de Juan Negrín y de Carlos Jiménez Díaz, quiso construir una carrera científica al margen de los conflictos políticos y las tensiones internacionales tras diez años de estancias en laboratorios de Alemania, Escocia e Inglaterra patrocinados por sus maestros.

En 1936 inició -como tantos otros- un exilio que le llevó a Inglaterra y poco después a Estados Unidos, donde realizó una fulgurante carrera científica en Nueva York, siendo reconocido por la Fundación Rockefeller como destacable bioquímico, formó parte del comité de fisiología de los National Institutes of Health, la más poderosa agencia financiera de la investigación biomédica americana. Desde comienzos de los años 1950 recibió en los Estados Unidos todo tipo de medallas, honores y cargos de representación y en 1956 se nacionalizó norteamericano, justo antes de recibir el Nobel.

La ciencia, como ilustra Amenábar en su reciente y exitosa Ágora, es fruto de la libertad y siempre la primera víctima del fanatismo. Nuestro país apostó tradicionalmente por las cruzadas religiosas y por la ignorancia que encierra la frase "que inventen ellos", por eso las élites dominantes reprimieron la ciencia por motivos religiosos, políticos o ambos. Actualmente el sistema de producción de conocimiento científico influye en las prácticas sociales y en el desarrollo económico, como bien saben nuestros políticos, gestores y empresarios, que pretenden impulsar un cambio de modelo económico cambiando la economía del ladrillo por la del conocimiento. Nos estamos jugando el futuro, porque son muchos los jóvenes investigadores españoles cuyo futuro dependerá de las políticas tecno-científicas de nuestros gobiernos y de la iniciativa del sistema productivo, y sería una lástima que, una vez más, el enorme potencial de saberes y técnicas, de materia gris acumulado, acabase en el exilio o la fuga de cerebros. Ochoa hoy tiene que permanecer aquí, para ayudar a construir una España más culta, más científica y más libre.

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