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Columna
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El PP abona los brotes rojos

Los escuderos y apologistas mediáticos del PP, que son innumerables, suelen competir entre ellos en agudezas acerca de la crisis ideológica e invalidez política de la izquierda. Casi sin excepciones, reiteran sin rubor ni reticencia los mismos o parecidos tópicos, cuando tan pedagógico les resultaría echar mano de las lúcidas reflexiones, y a menudo mortificaciones, formuladas por los gurús intelectuales del progresismo. Pero ellos y ellas, voceros y voceras carcas, no pretenden analizar nada, sino únicamente darle caña, y mejor cuanto más despiadada, a los gobiernos y gobernantes que no son de su cuerda, al tiempo que pronostican el fracaso electoral de quienes aspiran a recortar o relevar la mayoría conservadora allí donde tiene sentado mando en plaza. Unas invectivas tan persistentes, reiterativas y corales no merecerían comentario alguno de no ser porque, a nuestro juicio, les está saliendo el tiro por la culata, esto es, contribuyen al abono de los brotes rojos.

Por lo pronto, en la misma medida que abundan y se encrespan -y hay que ver, leer y oír cómo lo hacen cuando del presidente Rodríguez Zapatero, su bestia negra, se trata- más se desacreditan, pues lo que en alguna ocasión pudo tener fundamento, incluso gracejo y responder con oportunidad a un dislate del Gobierno, se ha convertido en manía y hasta en grosería. No todo el público afín es tan feligrés y fanático como para trasegar tales demasías y así lo prueba el plomo que lastra al líder popular, Mariano Rajoy, que no despega en las encuestas electorales por más que crezcan el paro, la precariedad económica, la salmodia de su entorno y los ladridos de sus mastines. Además, y aunque en franca minoría, hay todavía medios periodísticos que acogen la pluralidad de criterios y aún se escoran hacia la izquierda, fertilizando dichos brotes.

Y la corrupción, también hay que contar de manera principal con el guano de la corrupción que en el caso concreto del País Valenciano ha sumido al Gobierno autonómico en la cota más baja de su historia en punto a integridad y prestigio. Ese baldón, en vísperas de agravarse, no se lo quita ya nadie al presidente Francisco Camps y su cofradía, que asimismo pueden añadir a su triste panoplia otros deméritos, errores y abusos. La movilización de decenas de colectivos cívicos en estos momentos no es una floración espontánea propia de la primavera, sino la decantación de un cabreo que se ha ido fraguando en numerosas parcelas sociales como la sanidad y la enseñanza públicas, la cultura, RTVV y el urbanismo, entre otros, alumbrando los beneméritos salvem que tan calificados servicios han rendido a la ciudadanía cuando los partidos políticos de izquierda, desarbolados, sesteaban en el ostracismo.

No queremos confundir los deseos con la realidad al sugerir que hay una alternativa de gobierno en la Comunidad. No la hay por ahora, pero tampoco motivos para que la izquierda se sienta lastrada por el fatalismo. Resulta evidente que la sociedad, a pesar de los predicadores oficiosos, está despertando y que la derecha política, la que gobierna, es un dechado de ineficiencia, opacidad y arrogancia que por haber agotado su trayecto está propiciando un relevo. Otra cosa será que las opciones partidarias progresistas tengan la sensatez y humildad para articular una propuesta compartida que no malogre estos brotes rojos que han florecido sobre el mantillo de las trapacerías peperas y el oreo del impulso ciudadano.

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