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Columna
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El PPOE, una opción de futuro

Mientras que los politólogos, analistas y contertulios exprimen las últimas reflexiones electorales, las gentes del PP, tanto votantes como afiliados de por estos pagos valencianos, explotan todavía el éxito e incluso se las prometen más felices en los próximos comicios. Andan ensoberbecidos, como alucinados por una gracia que les convierte en imbatibles, en la propuesta política más cabal y definitiva de las posibles. Tal euforia contrasta, obviamente, con el abatimiento de sus antagonistas, el PSPV, convertido una vez más en rémora del socialismo a escala estatal y, lo que es más grave, afligido por la confusión mental y el desmantelamiento orgánico que acaba de evidenciar esta derrota sin paliativos, o sin otro paliativo que constituir una más de la larga serie que encadenan desde 1993, y lo que te rondaré, morena.

No es nuestro propósito, sobre todo porque no está a nuestro alcance, aguarle el festejo al equipo ganador, pero sí sigue siendo oportuno formularle algunos reparos, por más que el infatuado PP los juzgue irrelevantes o infundados y sean de sobra conocidos. Y el primero de ellos se decanta de la degradación democrática que se viene acentuando con el paso de las legislaturas, como revelan el desprecio en que se tiene a las Cortes valencianas y la opacidad de la gestión política, blindada contra la legítima y necesaria fiscalización. Las hemerotecas son un testimonio de esa escandalosa falta de transparencia y desdeñosa aplicación de ley del embudo a los requerimientos de la oposición. Una mera villanía política revestida de arrogancia. Tanta como la que ampara el expolio de la televisión pública autonómica, reducida como nunca al papel de palmera o falseadora gubernamental.

Además de negar tales cargos -que son parte de una larga nómina de abusos- habrá quien alegue que las urnas han revalidado de nuevo la carta blanca para cometerlos si al PP le viene en gana. Vale. Vale tanto que ahí está para certificarlo la bendición soberana que ha recibido esa sarta de corrupciones cutres y vergonzantes en que anda involucrado lo más granado del rozagante partido que gobierna. ¿Y no es eso, acaso, una irrefutable prueba de la aludida degradación democrática, de la inmadurez de un electorado movido más por la adhesión incondicionada que por el discernimiento? A la postre, derecha pura y dura, la nuestra, la de siempre, la valenciana.

Pero no nos engañemos. Difícilmente hubieran podido darse estas demasías sin la concurrencia de una oposición desarmada y abatida que, en el caso de los socialistas, parece haber emprendido una deriva programática para pescar en los caladeros populares. Ellos sabrán, pero, puestos a insistir en esa estrategia, deberían contemplar la oportunidad de encomendarse al verdadero triunfador de estos comicios, al singular augur e incomparable táctico Rafael Blasco, experto en esas dos sensibilidades que virtualmente acabarían convergiendo en un PPOE, Partido Popular Obrero Español, granero definitivo de una fuerza conservadora que podría, y aún debería, de ser liderada por el proteico consejero. Es de suponer que esta opción conllevaría la ventaja de no ser gobernados nunca por Leire Pajín, lo que en verdad no es poca cosa. Pero nos tememos lo peor: no habrá cambios o, a lo sumo, la izquierda acentuará un poco más la agonía que Doro Balaguer le ha diagnosticado en su libro de memorias recién aparecido.

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