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Columna
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Paisaje tras el saqueo

Ayer en Reikiavik disfrutaban de 12 grados centígrados, mientras que en esta orilla de Isla Tortuga el termómetro no bajaba de los 30. En el juego de semejanzas entre Islandia y el refugio de bucaneros, abundan más las diferencias. Una de tantas: los banqueros que metieron la pata y acaso la mano en aquel paraíso del círculo polar, siguen en prisión, o en busca y captura. Aquí, por el contrario, tras el saqueo y reparto del botín, disfrutan de indemnizaciones y retiros que para sí querrían mileuristas, desahuciados, parados, sumergidos y jóvenes sin emancipar, sobre cuyas precariedades han construido su hegemonía piratas, salteadores y arlequines políticos. Los hay que sin bajarse del coche oficial y pertrechados con remuneraciones de ensueño, sacan cabeza en paquebotes reflotados, para pasmo de inversores y ahorradores en caída libre. Hablamos de Islandia, no de Teherán ni de la Rusia bolchevique. Y desde el cráter del Sneffels, ese agujero que Julio Verne inventó para llegar al centro de la Tierra... Voilà!, salimos justo aquí, en uno de los grandes estercoleros políticos y financieros del planeta. Una extinta caja de ahorros que hace nada enterró de mala manera 133 años de historia, avala con 55.000 euros la fianza del presunto inocente Francisco Camps. La misma que meses atrás aseguró los tres millones de euros para que otro carcamal, Jaume Matas, evitara la mazmorra. Hay lealtades que dejan a sir Henry Morgan y sus filibusteros como peques de guardería. Hace unas semanas, el bankero exsocialista Antonio Tirado negó la limosna para la Olimpiada de Economía que las universidades españolas celebraron en Castellón. Menudo prócer.

Ahora mismo el Banco de España se aplica, con dinero público, al saneamiento de la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Serán tres mil millones o más, para barnizar los vetustos andamiajes que han sobrevivido al saqueo de los últimos desembarcos de rebañadores, para acto seguido regalarla a algún banquero con los tirantes bien puestos. La CAM formó parte de las alhajas que lució en épocas recientes el poder valenciano, otra alucinación poco estudiada por la psiquiatría moderna. Hace nada se podían contar en esta demarcación hasta una decena de cajas. Fue antes de que la solvencia de los consejeros políticos y sus apáticos controladores tocase fondo entre repartos y complicidades de la partitocracia. Los impositores tenían voz, los inspectores de la autoridad monetaria oteaban los balances, los ahorros permanecían a salvo y las obras sociales, masacradas en el último abordaje, revertían en la actividad económica, cultural y educativa de pueblos y comarcas. Un par de notas para el réquiem. En Islandia el saqueo no quedaría impune. Y dos: si el País Valenciano ya era una autonomía de ir por casa, sin las cajas y con la devastación reinante, el boato oficial será lo más parecido a un desfile de sacacuartos. Que les den.

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