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Columna
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Una Perla en la concha de Gürtel

Miquel Alberola

Aunque el levantamiento del secreto del sumario del caso Gürtel no añade nada nuevo (como se apresuró a decretar Rafael Blasco unas horas después de tener acceso a los 50.000 folios para orientar el argumentario declarativo de los populares valencianos), los vientres de los tomos no paran de suministrar detalles que ayudan a desencriptar el jeroglífico financiero que había instaurado el PP desde la Generalitat. Y uno de los escorzos que va cobrando corpulencia y significado es el de la presidenta de las Cortes Valencianas, Milagrosa Martínez, a la que Álvaro Pérez, El Bigotes, designaba afectivamente como "la hija de puta de La Perla".

La ex consejera de Turismo, que emergió asimismo (o precisamente por ello) como un valor orgánico del PP en Alicante ante la desesperación de Francisco Camps por clavar picas en un territorio feudalizado por Eduardo Zaplana, se va configurando como la puerta por la que penetró la trama corrupta y como el instrumento que permitió consolidar a Orange Market como empresa consagrada a la Administración autonómica, con el insolente aval técnico de los trabajos que realizaba para el PP en la Comunidad Valenciana (el artificio retroalimenticio). Es decir, Camps no sólo daba a La Perla el emblema político del turismo para alejarlo de la órbita de José Joaquín Ripoll, sino que la situaba en el puente de mando del flujo nutriente.

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Si con las conversaciones grabadas por la policía al gerente de Orange Market se le cae el sombrajo a Martínez, al haber recibido un Hublot de 2.400 euros de la empresa a la que adjudicó entre 2005 y 2007 más de tres millones de euros (cohecho), la adjudicación a dedo de 180.000 euros a dos sociedades de la trama, a sabiendas de que estaba contraviniendo la ley de contratos, como subraya con su firma en los escritos (prevaricación), la deja inservible.

Es cierto que el delito de cohecho prescribió un mes antes de ser descubierto, sin embargo, el hedor que desprende no sólo es inagotable, sino muy incómodo para un político. Claro, siempre que considere que la honestidad es un valor. En cuanto a las adjudicaciones a dedo, empujadas por lo que queda por desentrañar, insinúan un torcido horizonte para quien representa a la segunda institución de la Comunidad Valenciana. Y, sobre todo, para la propia institución, que no sólo acaba mimetizándose con quien la ostenta, sino, lo que es peor, oliendo igual.

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Los gusanos de Orange Market están arratonando el sillón de la presidencia de las Cortes Valencianas, como antes ocurrió con la presidencia de la Generalitat y la Consejería de Turismo. Por cierto, ¿le llegó el reloj a su sucesora, Angélica Such (que también adjudicó a Orange Market), como se dolía El Bigotes al contable de la empresa, Cándido Herrero? La actual consejera de Bienestar Social parece que no quiere darse cuenta del cubo de basura que le lanza Pérez. Algo debió decir el viernes al respecto la portavoz del Consell, pero metió la cabeza dentro del vaso de agua. No es para menos. También Juan Cotino se esconde tras la catarata del trasvase y Camps hace hincapié en su invisibilidad enviando comunicados hídricos desde ninguna parte, como si fuera Bin Laden.

Parece que ya no queda nadie más que Rita Barberá y sus excavadoras, aunque esa maniobra de distracción (con la gran contribución de la jauría de Ricardo Peralta), también huele a Blasco. El levantamiento del sumario del caso Gürtel también ha dejado claro que el consejero de Inmigración, además de la estrategia, domina ya la acción del partido e incluso las instituciones. Es el jefe, aunque lo suyo con Camps ya tiene que ver más con Mary Shelley que con la política, lo que quizá agrande aún más su mito.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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