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BICHOS DE VERANO

Pescadores

"Puede decirse que la pesca con caña es como la matemática: nunca se domina del todo" escribió Izaak Walton, en aquel libro maravilloso que lleva el título de El perfecto pescador de caña. Y, en cierta manera, el buen pescador también trabaja con los números y las incógnitas: el tamaño del anzuelo, el grosor del hilo, los gramos de la plomada, los metros de la caña, conforman una ecuación que tan sólo los pescadores más experimentados consiguen solucionar con éxito. Josep Pla, en una de sus historias de mar, escribía con su característico tono sentencioso: "El pescador de caña es un ser totalmente incomprendido por la población en general. La gente cree que es un infeliz que trata de pasar el rato. Pero eso es un error. Aunque parezca mentira el pescador de caña no es más que esto: un formidable sensual". Y es absolutamente cierto. Al igual que el matemático disfruta con el desarrollo y solución de un teorema y no duda en afirmar que es de una belleza exquisita, el buen pescador de caña goza con la preparación del aparejo, con la elección del corcho, con el estudio de la cala, con la elaboración del cebo, con el acondicionamiento del puesto de pesca. Cuando se aposenta en su silla de enea y finalmente con un gesto trascendente lanza el corcho al mar, en aquella verónica que realiza el aparejo se rubrican horas y horas de sabiduría e ingenio. Por eso, al igual que, según dicen, la cara es el espejo del alma, aquel corcho también refleja la aptitud del pescador ante los imponderables de la vida. Hay corchos pescadores y hay otros destinados a enrocar. Los hay esbeltos y bellos, y pesados y fatuos; elegantes y deportivos, y tristes y teñidos de luto... Cada corcho es un mundo, como cada hombre, y cada pescador manifiesta, en aquel trozo de materia vegetal flotante, la naturaleza más oculta de su sensualidad.

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