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Políticos ecológicos

No piensen que hablo de políticos que contaminan poco el ambiente social con planes y proyectos, para resolver los problemas que apremian al ciudadano. Tampoco es una nueva tipología de líderes, añadida a las ya existentes, ni mucho menos me refiero a políticos susceptibles de reciclaje una vez finalizada su legislatura. Simplemente se trata de saber hasta qué punto nuestros líderes son realmente sensibles al problema del medio ambiente. La cuestión no es nada fácil porque hoy, como sucede con todos los temas de política social, no encontrarán un solo político que diga que no le preocupa el tema ambiental, que le parece insignificante o que piensa que es una moda pasajera y que, en realidad, no es para tanto. Nadie niega ya el problema ambiental, todos defienden políticas de apoyo al medio ambiente. Entonces en qué se diferencian. ¿Puede la sensibilidad ambiental servir de criterio para distinguir las diversas posiciones políticas de nuestros líderes y partidos?

Por los años ochenta, ya estaba muy claro que las diferencias partidistas no encajaban en una única dimensión de izquierda-derecha. El desarrollo de la sociedad de posguerra había creado un problema mayor que la propia distribución de la riqueza. Hasta entonces, la izquierda y derecha política se distinguían, entre otras cosas, por su forma particular de entender el reparto de lo acumulado. Ahora el problema es otro: se trata de valorar si lo más importante para el hombre es su entorno, el lugar en que pasa la vida, o si debe seguir afanado y ocupado en acumular más cuotas de bienestar. Es una cuestión de percepción de fondo y de figura. Durante mucho tiempo el fondo pasó inadvertido, sufriendo y soportando la hiperactividad humana que, como las grandes figuras del teatro, acaparó toda la atención, hasta que el fondo, el medio ambiente, empezó a dar síntomas de rebeldía y de agotamiento.

Es entonces cuando se introdujo un elemento nuevo en el escenario de las diferencias ideológicas. Por supuesto que si preguntamos a nuestros políticos si les preocupa el medio ambiente, todos nos dirán que sí y mucho. Ahora bien, para unos será el gran problema, mientras que para otros sólo uno entre otros muchos a los que nos enfrentamos. Y aquí ya empezamos a distinguir las posiciones políticas. En esa respuesta está la diferencia entre el verdadero ecologista y el conservador clásico. El primero entiende que la vida no se agota en el hombre y el segundo mantiene la visión dominante de que el hombre es lo más extraordinario que le ha ocurrido al universo.

Pero en cada uno de éstos cabe todavía hacer diferencias más finas. Entre los que piensan que el deterioro ambiental es un gran problema, los hay creyentes del hombre que exigen una nueva visión y unos nuevos valores para solucionar el problema ambiental, un cambio social y de estilos de vida. ¡Si llegamos a tiempo, claro! Y los hay creyentes del progreso que confían en la técnica para resolverlo todo. Los primeros son los auténticos políticos ecológicos, los que han logrado una nueva visión en la dinámica de fondo y figura, de ambiente y hombre. Para ellos, la figura no es nada sin el fondo que la mantiene. Los otros son los tecnócratas de turno; los que desconfiando en el hombre, apelan a la técnica para resolver la contaminación ambiental, el ruido, la desaparición de las especies o de la capa de ozono. Son los políticos del progreso.

Pero también cabe establecer diferencias entre los que piensan que el problema ambiental es uno entre otros muchos. Creen que es un problema menor, pero mientras que para unos la solución sigue estando en la técnica, otros creen que la única forma de arreglar el deterioro ambiental es mediante cambios sociales y nuevas actitudes del hombre. Continúa habiendo diferencia entre el político que simpatiza con el ambientalismo y el conservacionista tradicional, partidario de no exagerar y de intentar soluciones de carácter técnico. Son los viejos políticos, anclados en la clásica división izquierda-derecha y obsesionados con el problema del reparto de la riqueza. Mientras exista, por supuesto.

En estas cuatro sensibilidades se integran las distintas posiciones políticas de la actualidad. Un eje se refiere a la defensa de la naturaleza frente a la preocupación por el bienestar material. El otro alude al cambio social y en sus extremos se sitúan los que defienden y los que rechazan un nuevo estilo de vida. La tesis de los estudiosos del ecologismo es que la vieja izquierda y derecha se diferencian en su postura ante el cambio social, pero ambas mantienen la visión dominante de que el hombre es lo mejor del planeta. Sólo el ecologista real, como político o ciudadano, mantiene la defensa de la naturaleza a través del cambio en las costumbres del hombre y sus sociedades. Pocos líderes políticos han logrado llevar adelante algunas tímidas ideas ecologistas. En Alemania, hace ya décadas que sucumbieron a la tentación del parlamento, se convirtieron en partido y perdieron la batalla. En el plano internacional, el movimiento antiglobalización está sustituyendo a los ecologistas de las décadas anteriores. Y en España, pocas reacciones han llegado al ámbito del debate político. Movimientos conservacionistas y ecologistas intentan, sin conseguirlo, asomar la cabeza en la agenda política de nuestros líderes.

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Y es que los tiempos no son ambientales, son tiempos de saturación y consumismo social. Consumo de contactos, de relaciones personales, de amistades internacionales que exigen despreocuparnos por el maltrecho ambiente. Los políticos lo saben. El futuro se orienta hacia esa saturación social. La defensa del medio ambiente como eje de diferenciación política pertenece casi al pasado. Mientras tanto la figura se agranda cada vez más y el fondo, sin un político ecológico dispuesto a dar la cara, se difumina poco a poco y nada puede hacer, salvo quejarse y conseguir que el hombre le dedique al menos un día de recuerdo. El Día del Medio Ambiente.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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