Ponga un aval en su vida
Amedrentados por el régimen de terror, al decir del todavía presidente Francisco Camps en medio del subidón ante los fieles de su parroquia, convenientemente espiados y perseguidos sin cuartel, como delataba el aspecto de los concentrados en la plaza de toros ante el diestro Mariano, nadie había caído en la cuenta de que el propio Gobierno valenciano, sin querer, había mostrado la salida de socorro a la crisis que amenaza a no pocos empresarios faltos de crédito para relanzar sus actividades productivas y mantener los empleos. Tan sencillo como acudir al jefe de la banda y pedirle un aval. No a Bruce Springsteen, sino al otro, al de los trajes Gürtel. Si con el Valencia CF ha funcionado, no hay condicionantes objetivos ni subjetivos, que se decía antes, para que no se repita la operación tantas veces como sea menester. ¿Usted dirige una industria con medio centenar de trabajadores y sufre problemas de liquidez que comprometen la continuidad porque le niegan un préstamo? Pues se planta ante el presidente en una de sus inauguraciones o festejos, y le pone el aval a la firma. Ya tiene crédito. Como el Valencia CF. El personal olvida que, por encima de lo que acontece en el terreno de juego, el club de Mestalla es una sociedad anónima. Una mercantil que, como el resto de las que corroen, eluden, sobrepasan o ajustan a conveniencia y con envidiable impunidad la legalidad vigente, particularmente en España con abundantes daños colaterales de índole urbanística, es un negocio privado, cuyos accionistas son sujetos pasivos y los directivos, no digamos. Que las administraciones vaguen convencidas de que todo el monte es orégano, no cambia la titularidad del negocio ni priva a los ejecutivos de sus nóminas, comisiones y cuchipandas. Como dejó escrito Vázquez Montalbán, el fútbol-negocio ha propiciado la aparición de juntas directivas surrealistas en las que a la condición advenediza se suma la condición de nuevos ricos caprichosamente derrochadores estimulados por la aportación televisivo-publicitaria.
El Gobierno valenciano acaba de avalar a la mercantil Valencia CF un crédito de 74 millones ante Bancaja. Extraordinario, no por la decisión de la Generalitat, sino porque aún con el sistema financiero patas arriba por causa de los malos hábitos, queda gente que, por lo visto, no ha aprendido nada sobre riesgos e inversiones. La cuestión no es que Bancaja acepte como avalista a un gobierno más endeudado que Somalia -¿quién puede negar el crédito si lo avala el poder, nada menos?-. El problema es que no hay autoridad económica, monetaria o política de más arriba dispuesta a poner a cada cual en su sitio, cuando hay una mercantil futbolística en la operación. Será otra consecuencia del régimen de terror. Poca solidez avista en el negocio la llamada masa social, cuando apenas ha suscrito 18 de los 94 millones de la ampliación de capital. Recuérdese, además, que sigue sin materializarse la permuta por el solar que hoy alberga ese mausoleo a medio edificar. Y que los concejales socialistas del Ayuntamiento de Valencia mantienen el contencioso-administrativo contra el exceso de edificabilidad en el viejo estadio, consentido por Rita Barberá, tan sensible a las recalificaciones que reportan beneficios privados a costa del patrimonio público. Aunque, para sorpresa, la del líder del PSOE valenciano, Jorge Alarte, cuando anunció que retiraría el recurso contra la dichosa recalificación. O sufre de síndrome de Estocolmo, o también está amedrentado por el régimen de terror.
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