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Columna
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Prohibido enfermar

No quisiera hacer de Cassandra a tiempo parcial, pero me parece que si Hipócrates no lo remedia, o bien si muchos millones de españoles no se indignan lo suficiente de aquí al 20-N, a partir de esa fecha una de las primeras medidas que adoptará el nuevo Gobierno será la prohibición de enfermar en general y de los ciudadanos que carecen de seguro privado en particular. Así que del mismo modo en que ha reaparecido la cultura del realquilado, harán otra vez su entrada triunfal aquellas personas, generalmente mujeres algo entradas en años y de origen rural, que tenían gracia para sanar a la gente y que a tanto enfermo de menor cuantía les ahorraron múltiples dolores valiéndose de su intuición alternativa. Claro que lo mismo ocurrirá con los enseñantes, los enseñados, los que reclaman una vivienda digna y tantos otros colectivos que todavía no entienden cómo les ha caído de pronto encima el diluvio universal sin comerlo ni beberlo, y nunca mejor dicho.

Lo cierto es que en algunas comunidades autónomas ya se ensaya (o se ensaña) el modelo que habrá de prevalecer muy pronto en casi todas, y que no es otro distinto al de sálvese quien pueda. Evangelistas de comunión diaria o terciaria desdeñan con un ligero toque de rústico ateísmo la sabiduría de Cristo al hacer que los ciegos vean y los tullidos caminen, sin renunciar a alguna que otra milagrosa resurrección, en un cristianísimo afán de efectos inmediatos a favor de curar enfermedades. Todo eso se acabó, aunque no deja de tener interés el hecho de que casi toda la milagrería católica se centre en la sanación de los enfermos y no en sus afanes por encontrar empleo, pues ya se sabe que la salud es lo primero. Lo primero que se pierde, quiero decir, y frecuentemente lo penúltimo en recuperar, Dios mediante.

Se esperan con ansiedad las intervenciones divinas para sanar a tanto enfermo de cualquier dolencia que muy pronto van a quedarse sin asistencia médica gratuita, una asistencia que a menudo han pagado de su bolsillo durante muchos años. Al menos en los Evangelios no se mencionan las listas de espera, salvo que se confundan con la multitud de dolientes que seguían a todas partes al Salvador por ver si les caía algo. Una actitud que retrata bastante fielmente lo que está ocurriendo ahora y lo que ocurrirá con mayor intensidad dentro de nada. No quiero ni pensar en lo que va a ocurrir con los lisiados de largo recorrido, las parturientas sin padrinos, los ancianos con patologías múltiples o los inmigrantes que se deslomaron construyendo miles y miles de adosados que no sirven para nada. A partir de ahora, acudir a Urgencias en la sanidad pública, si es que perviven los hospitales que todavía disponen de ese servicio, solo será eficaz si te trasladan en ambulancia y con la cabeza debajo del brazo. Y aún así, porque entonces solo les queda firmar el certificado de defunción. El de la sanidad pública, claro.

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