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Tribuna:CRÍTICACLÁSICA
Tribuna
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Dos solistas de buen gusto

Royal Philharmonic Obras de Brahms y Mahler. David Garrett, violín. Amanda Roocroft, soprano. Royal Philharmonic Orchestra. Director: Daniele Gatti. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 17 enero 1999.Estaba previsto que Shlomo Mintz tocase el Concierto en Re de Brahms, pero los hados imprevisibles que siempre rondan estas ocasiones hicieron que la obra recayera sobre el joven violinista de origen alemán David Garrett. A sus 18 años, este discípulo de Ida Haendel ya ha tocado con los directores de mayor prestigio y no en vano su nombre se baraja como una de las promesas violinísticas del siglo XXI. Garrett posee los mimbres necesarios para con tomar la alternativa dentro del gran repertorio, siempre y cuando las características que hoy le adornan (fraseo expresivo, sonido redondo, técnica excelente en suma) se atemperen con la madurez del concepto musical. La versión del Concierto brahmsiano incidió en los aspectos más íntimos y tornasolados del Brahms liederístico, y desde esta perspectiva la interpretación de Garrett alcanzó resultados de innegable belleza en el canto instrumental. Su entrada en escena, luego de la exposición orquestal del primer allegro, dio que pensar acerca de su resistencia física frente a los retos temibles que plantea la extensa partitura. Pero, lejos de flaquear, Garrett supo encontrarle el pulso a la música, haciendo que ésta revelase toda su carga introspectiva en pasajes de absoluta recreación del fraseo. Los problemas, como era de suponer, afloraron con mayor claridad en el virtuosístico final de la obra. Con todo, la sangre no llegó al río. Falto de tensión El director, Daniele Gatti, manejó el tempo con una amplitud rayana en la morosidad y ello privó a este Concerto de su verdadera dimensión: el dinamismo rítmico aliado con la cantabilidad. Las cosas empeoraron en la Cuarta sinfonía de Mahler, pues en esta obra la tendencia a relajar la articulación fácilmente degenera en cursilería. En la coda del primer tiempo o el conjunto del tercero, Gatti no evitó el manifestarse relamido y falto de tensión interior. La tensión no va asociada a la de rapidez metronómica. Se puede llevar un tempo rápido, y falto de tensión, u otro en apariencia lento pero tenso en su interior. Gatti es de los directores (son casi la mayoría) que utilizan grandes volúmenes sonoros o crispados cambios de tempo para generar tensión. La sinfonía, bien llevada por la orquesta en lo tocante a exactitud de ataques, se iluminó al final con la voz de la soprano Amanda Roocroft. Bello timbre, poca rotundidad en el grave y volumen pequeño, son los rasgos de una voz manejada con inteligente fraseo y delicada expresión vocal. De ahí que la estrofa final de Das himmlische Leben casi rozara lo inefable. No fue éste un concierto de los que encienden al público, pero sirvió para conocer a dos jóvenes solistas de buen gusto artístico.

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