_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

San Para Mí

Hace meses, un amigo me hablaba muy bien de Alfredo Pérez Rubalcaba. Veía en él a un candidato firme. Sí, le dije, sin duda es un político correoso y su ironía espabila a muchos votantes. Pero la percepción de la ciudadanía es de hastío, de hartazón. Alguien tiene la culpa de lo que nos pasa y el Gabinete central, tan lejano, parece un buen aspirante para cargar con los yerros.

¿Y el Gobierno autonómico? Aquí, la impresión común es la de que el mal viene de Moncloa. Con habilidad, el Partido Popular ha desacreditado al PSOE: muchos votantes se han dejado convencer. Es como si el PP no hubiera estado al frente del Consell, como si la deuda de las instituciones autonómicas o locales hubiera que achacársela a los socialistas madrileños, tan cicateros; como si el PSPV solo fuera una sucursal de antipatriotas.

Admitamos el rencor que el PSOE pueda despertar, admitamos los numerosos errores que han cometido los socialistas valencianos, admitamos pulpo como animal de compañía. ¿Acaso los populares están libres de pecado? Sorprende la piedad con que la ciudadanía juzga a los políticos manirrotos o encausados del Partido Popular; sorprende la condescendencia con que tantos perdonan la política ostentosa, derrochadora y valenciana del PP. Probablemente, muchos electores no culpan a los populares porque también participaron del mismo entusiasmo fatuo: que si la Copa del América, que si la fórmula 1, que si grandes edificios que atraerían turistas. Todos esos eventos que ahora son lastre aumentaban la vanidad y la expectativa.

Que el PP de Alberto Fabra emprenda recortes podrá verse como un remedio. Por fin un hombre cuerdo, exclamarán muchos. Pero si el nuevo presidente es un tipo moderado y razonable, ¿entonces a quién teníamos al frente del Consell? Francisco Camps no era un individuo delirante instalado en el extravío. Camps era el guía del PP, el epítome de los populares y afines, el espejo de su jactancia. La consecuencia es desconcertante: cuando había que ser fanfarrones, con Eduardo Zaplana y con Francisco Camps, el PP de la Comunidad Valenciana ganaba con desahogo; cuando hay que ser sensatos, el PP sigue ganando. Pero durante estos últimos años los populares no han gobernado juiciosamente. Sus dirigentes, tan envanecidos, han emprendido políticas antiliberales o algo peor: políticas de despilfarro y de intervención, de control incluso despótico. Con palabrería y engreimiento, algunos se han colocado y nos han descolocado.

Empresarios y proveedores, escúchenme. Cuando vayan a votar, pregúntense quién les debe lo suyo. No miren hacia fuera ni esperen milagros. Los pícaros y los pecadores están aquí. Los descubrirán porque siempre gobiernan culpando y rezando: San Para Mí, pan para mí, que los santos no comen.

http://justoserna.wordpress.com

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_