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Columna
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Selección natural

Suele decirse que todas las crisis tienen efectos colaterales positivos. Uno de los más valorados por ciertos economistas bienintencionados es el que se refiere a la mejora de eficiencia general que se espera obtener del sistema económico, una vez han sido expulsados de éste los agentes más ineficientes que operan en el margen. Una especie de darwinismo social bastante cruel, pero diseñado para garantizar de algún modo que aquellos que sobreviven en el mundo de los negocios acaben siendo los más aptos.

Aun con importantes salvedades, eso es lo que se supone ha venido ocurriendo en el pasado, cuando la globalización todavía seguía siendo un futurible con fecha indeterminada, y el sistema financiero aún no se había independizado por completo de las fronteras nacionales y de la marcha de la "economía real".

Sin embargo, la característica más genuina de la crisis global y financiera a la que ahora nos enfrentamos, es, precisamente, que los mecanismos de selección natural, especialmente en el terreno productivo, parecen haber saltado todos por los aires, y además al mismo tiempo, dando lugar a una caída indiscriminada de todo organismo económico viviente, independientemente del nivel de eficiencia con el que operara. Al tiempo que los gobiernos nacionales, tambaleantes por el impacto, intentan, sin mucho éxito, mantenerse en pie matando moscas a cañonazos. Y, lo que es aún peor, sin dinero para pagar los cañones.

Por eso, aunque muchos intenten ahora calmar su desasosiego poniendo nombres propios a los presuntos culpables, afirmo que esto no es solo un problema de Zapatero o de Rajoy, de Grecia o Irlanda, de Merkel o Sarkozy, de EE UU o China, del euro o del dólar; que lo es, sino un desastre global que los arrastra a todos y que necesita de soluciones globales. Mientras existan los paraísos fiscales y no se logre un acuerdo a nivel mundial, con plazos precisos, sobre la regulación de los mercados financieros, las agencias de calificación y los movimientos de capital, sus perversos efectos no cesarán. Todo lo demás, lo que nos mantiene ocupados aquí todos los días en medio de este provincianismo letal que nos caracteriza, sigue siendo muy importante, pero, en ausencia de un cambio en el marco de referencia internacional, acabará por conducirnos inevitablemente a la melancolía.

Una Nueva Política para una Nueva Economía. Eso es lo que necesitamos. Líderes de verdad, con altura de miras y visión de Estado, dispuestos a enfrentarse a los grandes problemas de nuestro tiempo. Dirigentes capaces de volver a situar la economía productiva y la satisfacción de las necesidades reales de la población en la cúspide de la jerarquía de sus objetivos. Aunque parezca un contrasentido, no hay otro mensaje que puedan entender mejor los mercados.

Y mientras tanto sugiero a los partidos políticos españoles que aprovechen este largo periodo de confusión general en que nos encontramos para responder a la siguiente pregunta: ¿por qué ellos, con crisis o sin ella, siempre parecen inmunes a la ley de selección natural de las especies, tan efectiva en otros ámbitos de la biosfera?

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