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Columna
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Sufren manía persecutoria

Entre las consecuencias de la trama Gürtel, junto a los enredos judiciales en curso y los inminentes, habrá que consignar en adelante la no menos demoledora manía persecutoria que ha prendido en buena parte de la nómina dirigente del PP, tanto valenciana como estatal, pero es la indígena la que ahora nos ocupa. Si en reiteradas ocasiones se ha sentido víctima de presuntas manipulaciones en diligencias y atestados que pudieran haberle favorecido, esta semana pasada ha sido más contundente y por boca de su secretario general, Antonio Clemente, ha declarado que "el PSOE intenta aniquilar políticamente al PP y para ello no tiene reparo en utilizar a la policía y a los medios del Estado".

Esta azarosa denuncia -y sombría evocación- se produce a propósito de un episodio un tanto peliculero que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, tan proclive a la demasía, ha pretendido convertir en escándalo político. Su sinopsis describiría un vehículo policial camuflado situado junto al Jardín Botánico de la ciudad y ocupado por agentes de la Brigada de Información de la Policía Nacional que tienen por cometido la vigilancia de un acto propalestino que se celebra en el mismo y que consiste en la proyección de un documental Més enllà del mur y un coloquio. El acto ha sido anunciado, la entrada es libre y acuden unas decenas de personas. Acontece que la sede del PP es colindante y simultáneamente la citada munícipe está procediendo a la presentación de su web. Los escoltas advierten la presencia sospechosa del mencionado vehículo y se desencadena lo que a la postre habría de resultar una mera trapisonda propagandística para escenificar el victimismo que practican los populares, que en este caso se sienten objeto de una conspiración de mucho calado.

Resulta obvio que una explicación del delegado del Gobierno hubiera podido deshacer el posible malentendido, pero no se le consulta intencionadamente, pues los presuntos agraviados del PP proceden como ciertos periodistas que no ceden ante la verdad si tienen entre manos una buena historia, por falsa que sea. Incluso denuncian el caso ante un juzgado, para acentuar la gravedad de los hechos, que quedan en agua de borrajas al archivarse el asunto. Una resolución que, al parecer, tampoco disuade a los conservadores, dispuestos a exprimir este trance mediante una apelación que, además de contribuir al atasco judicial, acaso sirva para desviar momentáneamente la atención y expectación mediática en torno a la corrupción que enloda al partido y al destino próximo de quien es todavía su líder y presidente de la Generalitat. En los cenáculos partidarios se pronostica que Francisco Camps será la gran noticia de este verano. No tanto él, claro, como su relevo.

Resulta evidente que la molla de este suceso es el aprovechamiento que el PP hace del mismo, pues de otro modo ni siquiera hubiera existido. Al fin y al cabo, esa es la regla básica del espionaje. Pero tal como se ha relatado, la maniobra fue desvelada e incita a preguntarnos por qué demonios se vigilaba un acto público y pacífico que no era proclive a Israel. ¿Acaso es un delito pronunciarse propalestino? ¿No es el Estado israelí el verdaderamente peligroso y delincuente, el que acaba de abordar en aguas internacionales un barco que portaba ayuda humanitaria a Gaza, causando nueve muertos y decenas de heridos, por no hablar de la pila de víctimas, expolios y refugiados sobre la que se yergue? Y de antisionismo, nada, no nos concierne.

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