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Columna
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Territorio católico

El rey Jaume I entró en Valencia en 1238. Es costumbre recordar dicha efeméride. De esa fecha data el nacimiento del reino cristiano. Contamos con documentos que lo atestiguan y con huellas urbanas que lo recuerdan: la ciudad de Valencia está llena de referencias religiosas. Pongamos algunos ejemplos.

Sin ir más lejos, tenemos patrona. Se la festeja con flores que forman un manto muy colorista. Hemos de admitir que en esa efigie la Virgen no sale muy favorecida, con esos angelotes tan cabezudos, pero los fieles la aceptan igual, pues admiten que todo lo humano es mejorable. Tenemos también catedral, a la que frecuentemente acuden presurosas nuestras primeras autoridades. Se prosternan con unción declarándose creyentes fervorosos. Los he visto comulgar.

Pero sobre todo tenemos una estatua, la de Jaume I. Es el vestigio monumental del conquistador cristiano. Fue inaugurada en 1891, pero da lo mismo: el rey sale tan favorecido, tan enhiesto, que parece estar vivo o de cuerpo presente. Todos los años recibe el homenaje local, una comitiva de munícipes que le agradece los servicios prestados. En concreto, que nos liberara del yugo musulmán. Una de las lápidas laterales reza eso: que el rey guerrero "entró vencedor en Valencia librándola del yugo musulmán el día de San Dionisio IX de Octubre de MCCXXXVIII". Ya ven. La ciudad está llena de rastros cristianos que remiten a ese pasado medieval. Los ejércitos marchaban defendiendo la cruz y sacrificando al sarraceno.

Pero la urbe no es solo eso. Es también un espacio de acogida al que llegan foráneos que no tienen las mismas costumbres que los naturales, que no comparten necesariamente sus creencias o sus convicciones. "No es como la horda o la tribu y demás sociedades fundadas en la consanguinidad", decía José Ortega y Gasset. La ciudad comienza "cuando el hombre se afana por evadirse de la sociedad nativa dentro de la cual la sangre lo ha inscrito", añade. La sangre o la religión, por ejemplo.

Días atrás, en un acto público, el presidente de la Generalitat declaró que el territorio valenciano "es y ha sido católico a lo largo de los siglos". Y lo dijo con ánimo retador, defendiendo así una vuelta al principio: a esa cristiandad originaria y guerrera, supongo. Yo no soy católico. Tampoco sarraceno. Dejé de creer hace mucho y vivo en Benimaclet, barrio de resonancias moras: vivo sin Dios. ¿Habré de recuperar aquellas raíces cristianas para afirmarme como valenciano o como humano? Yo era pecador: digo que era, porque como dejé de ser piadoso malvivo en el infierno. En cambio, creo que el presidente católico de mi Comunidad aún tiene redención: quizá debería pasar por el confesonario para rendir cuentas. Tal vez tenga algunos pecadillos pendientes por los que pedir perdón.

http://justoserna.wordpress.com

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