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Columna
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Volem TV3, ya

En casual coincidencia con el trigésimo aniversario de la frustrada asonada que fue el 23-F, el presidente Francisco Camps ha culminado el ruin proceso de secuestrar a los valencianos las emisiones de TV3. Ha sido, como sabe el lector, una larga maniobra de acoso y derribo hasta que se ha fundido en negro la señal televisiva que recibíamos cientos de miles de ciudadanos de este país. En adelante tendremos a nuestra disposición un sinnúmero de canales, de Murcia o de Guinea Conakry, pero no podremos sintonizar la TV pública catalana. Un episodio -confiamos en que no pase de ahí- realmente absurdo y que únicamente puede haberse producido por la impunidad en que cree estar instalado este Gobierno autonómico y, además, por la prolongada atonía social debida a la desmovilización política y el meninfotisme congénito.

No vamos a detenernos en los legalismos y pretextos técnicos con los que se enroca el Consell de la Generalitat porque, al margen de considerarlos una futesa, de ningún modo pueden amparar este atentado a la libertad de expresión. En todo caso no es ese el aspecto que aquí y ahora nos interesa resaltar, sino la respuesta que ha suscitado tan colosal arbitrariedad. Una respuesta en forma de concentraciones y "manis" festivas en decenas de municipios, al tiempo que un motivo para severos comentarios mediáticos que ponen en la picota el falso liberalismo de quienes han impuesto esta anacrónica y brutal censura.

Un fenómeno que no ha hecho más que empezar, pero que tiene visos de seguir prendiendo alentado por jóvenes y no tan jóvenes, con o sin filiación partidaria, que se rebelan contra este desvarío del molt honorable y sus gentes, que posiblemente no ha sido más grave y escandaloso que otros sucesos, pero que ha despertado el aletargado civismo. Enardecidos por la dolçaina i el tabalet y enarbolando sus pancartas estos otros valencianos han proclamado lo que no quieren perder -TV3- y también lo que postulan -President a Picassent- a modo de desahogo y acaso con precipitación, pues el ya candidato popular a la Generalitat sólo está imputado de un delito que por los pelos no conlleva prisión, a diferencia de otros cargos penales que le acechan.

Y a todo esto ¿qué hace en sus ratos libres el primer partido de la oposición, que es o será un día la alternativa al poder que hoy nos escarnece y escandaliza? Pues el PSPV de Jorge Alarte está a lo suyo, que no en la calle, sumándose a la protesta. Y es una lástima, porque se pierde una oportunidad para que la fuerza mayoritaria de la izquierda moderada exhiba su músculo, su presunta fuerza -si la tiene- y, todo al tiempo, para aliviar su mala conciencia por los pecados cometidos cuando tuvo en su mano y manipuló la TV pública autonómica. Pero son otros, por lo visto, los asuntos que le absorben, como la confección de las listas electorales y la liquidación de excelentes cabezas por mor de la renovación incesante, y también la consecución de cierta respetabilidad mendigando un pacto imposible al titular de la Generalitat. ¡Menudo es el batacazo que se le cierne en las urnas!

Este reproche ha de hacerse extensivo al Consell Valencià de Cultura y la Acadèmia de la Llengua, que algo deberían haber dicho, siquiera fuese para justificar la nómina. Pero quizá sea la nómina, precisamente, la causa de que estas entidades prescindibles no abran la boca. Por fortuna, quienes en esta ocasión no amagan el cuerpo son la juventud y los demócratas que a golpe de pancarta y grito están desnudando la vileza de este Gobierno. Jo, si hasta parece un verso de Sabina.

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