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Del yo al mi

El acto parlamentario de investidura había creado cierto interés por la actuación de Antoni Asunción. Sin embargo, Eduardo Zaplana consiguió desviar las expectativas iniciales y centrar la mirada de todos. La filosofía que presentó fue la de los nuevos valores políticos y la retórica del diálogo, la solidaridad y la construcción entre todos. Este discurso se aleja del que realizó al iniciar su primera legislatura. Por aquél entonces le preocupaba el poder institucional, la crispación de la vida política y la depresión de una Comunidad adormecida, sin poder, sin autoestima y con pocos recursos. Pero sus palabras, su retórica y sus formas son el síntoma de una transformación más básica, la de su personalidad política. Una transformación que se ha producido lentamente aunque no desde hace mucho tiempo. En el fondo parece un cambio básico, a lo Inglehart, por utilizar autores que están de moda entre los políticos. Hace ya más de dos décadas que Ronald Inglehart señaló un cambio cultural importante y silencioso, protagonizado fundamentalmente por las nuevas generaciones. Por los años setenta lanzaba una idea muy sencilla. Las generaciones jóvenes se han socializado o han nacido en la sociedad de la abundancia, donde las necesidades básicas están garantizadas. No conocen el hambre, ni conocieron la incertidumbre de la guerra, ni la ausencia de democracia. En la medida que sus necesidades más básicas están cubiertas, desarrollan otros valores que se sitúan en el plano de lo psicológico, de la autoexpresión y de la realización personal. Estas generaciones dan por supuesto lo material y, desde ahí, anhelan y buscan valores que van más allá. Es el paso de lo material a lo postmaterial. Pues bien, aunque sólo sea por analogía, el presidente de la Generalitat es un ejemplo concreto, en el plano de la personalidad política, de las tesis de Inglehart. Si algo ha revelado su discurso de investidura es precisamente esa transformación silenciosa de su personalidad política. Una especie de revolución unipersonal. Cuando Eduardo Zaplana llegó a la Generalitat estaba escaso de poder, escaso de votos, escaso de confianza y credibilidad. Tampoco estaba sobrado de experiencia en la confrontación y retórica política. Durante esa primera etapa, se socializó en una política de la escasez y lógicamente se afanó en conseguir lo que no tenía. Lo que quería era adquirir los bienes políticos que garantizan la conservación y los éxitos que hacen a uno creíble y competente. Por eso, durante mucho tiempo habló desde el pronombre personal, desde el yo quiero, yo conseguiré, yo haré. Necesidad de autoestima y de una plataforma básica para poder actuar en política. Al final de esta primera legislatura existían síntomas de que algo estaba cambiando. Hablaba ya de logros económicos para la comunidad valenciana, de cuotas de poder valenciano y de éxitos culturales con proyección más allá de nuestras fronteras. Había ganado simpatías y una buena dosis de confianza entre los ciudadanos. Una vez garantizado lo básico, ya podía plantearse nuevas metas, nuevos proyectos y una nueva política. El punto de partida quizá fue el congreso del PP de 1998, tal vez su propuesta de financiación autonómica o quizá su contacto con nuevos equipos. Sea como fuere, por esas fechas consigue más espacio y reconocimiento en la competición política. Al iniciar ahora la segunda legislatura ya no hay escasez, hay abundancia de poder, de votos, de logros y de proyectos en marcha, mayores logros quizá que su propio partido. Está inmerso en la política de la abundancia y es el momento de aventurarse en una nueva personalidad política. Se produce entonces la sustitución del quiero por el tengo, del yo por el mi, un cambio que los psicólogos interpretan como un paso hacia el desarrollo personal. En su discurso de investidura ha estado ausente la vieja personalidad política, dirigida por el yo, por la voluntad y la acción de conseguir el poder y los logros económicos. Un discurso que, en contraposición, está saturado de contenidos posesivos: mi aspiración, mi gratitud y mi reconocimiento, mi juicio, convicción, compromiso y responsabilidad. La transformación está en el cambio de contenidos y de personalidad política, coherentes con la época de abundancia. En la primera etapa de gobierno le caracterizó el pronombre personal y la política tradicional, esto es, la económica y la electoral. En esta segunda etapa asistimos a una fuerte transformación, el paso del yo al mi. Su nueva personalidad está cargada del adjetivo posesivo y de la política a lo post. Una personalidad de contenidos, coherente y acorde con la nueva política de su proyecto, la política de la calle, la de los temas y contenidos sociales concretos. Por eso asocia identidad y mujer, drogodependencias y centros de ayuda, familias y vivienda, mayores y centros gerontológicos, y separa empleo y trabajo, suponemos que distinguiéndolos, pues para eso se ha instalado en la tercera vía y en lo postmaterial. Nuevos contenidos con una nueva personalidad política. Desplaza los valores materialistas de productividad, crecimiento, competitividad, eficacia, logro y esfuerzo, por los nuevos valores de solidaridad, de identidad, confianza, diálogo, consenso, autoproyección. Esta transformación se manifiesta en la forma actual de pensar y hablar de política, que ya no menciona tanto el poder, la economía, los votos y la representación parlamentaria. Ahora es la política de la calle, la política social y por eso no sorprende que, con el más puro estilo anglosajón, hable de cultura política y la extienda a la cultura del ocio o del deporte, o incluso del cuerpo. Una política tan cercana al ciudadano que llega a mencionar la anorexia y la bulimia. Esta nueva política sustituye las clásicas referencias a lo social como un problema de grupos sociales y desigualdades, por lo social en el sentido de bienestar y calidad de vida, de transformación social, de tendencias sociales, cambios y desafíos. Una nueva política donde el posesivo mi se aleja del partido y se asocia al ciudadano. Podríamos seguir, pero ¿cómo es posible esta vertiginosa, casi milagrosa transformación? Los expertos dicen que los valores personales cambian poco a lo largo de una vida. Se cambia con facilidad de opinión, cuesta más modificar gestos y maneras, a veces transformamos algunas actitudes, pero los valores son más permanentes. Incluso Inglehart, cuando habla del cambio postmaterial, señala que éste se produce por un reemplazo generacional, no porque cambien las personas. Entonces, ¿cómo es posible que un líder haya transformado sus valores en cuatro años? O los expertos como Inglehart están equivocados, o Eduardo Zaplana es una excepción. O también, como pensamos algunos, una cosa es la personalidad política en las Cortes y otra muy distinta el individuo en Altea.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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