_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las barbas del vecino

Resulta difícil escapar a los clichés mentales que nos rodean y concebir el mundo de otra manera, ni mejor ni peor que la tradicional, simplemente diferente. Es lo que ocurre con las fronteras. Uno se imagina que Alemania es una cosa y Austria, otra. Bueno, pues resulta que no o que no del todo. Los germanos hablan de una frontera sutil, humorísticamente apellidada de la Weisswurst (salchicha blanca). Al sur de esa línea imaginaria, en Baviera, Suabia y Austria se comen salchichas blancas, se bebe cerveza de trigo y, sobre todo, imperan unos valores y una visión del mundo; al norte hay otras costumbres gastronómicas y las cosas se ven de manera distinta.

Lo mismo le ocurre al Mediterráneo, un mar que los romanos sintieron como el centro de su mundo, nunca como el límite exterior. Hoy día se supone que el sur "es cosa de moros", ya se sabe, fanatismo religioso, dictaduras políticas y subdesarrollo. Al norte estamos nosotros. Pero ahora resulta que el sur empieza a incendiarse y que en Túnez, en Argelia, en Egipto..., cuestionan a sus políticos por corruptos, porque hay un paro juvenil altísimo, porque el nivel de vida es muy bajo, por falta de libertades. Se habla mucho de cómo los dictadores de cada país del sur del Mediterráneo miran con recelo lo que está pasando en el de al lado. Pero de lo que no se habla es de hacia dónde miran los gobernantes del norte de la ribera, que tal vez no sean dictadores, pero... ¿Acaso no hay en España, según las últimas estadísticas, un paro juvenil del 40%? ¿Acaso no se deciden demasiadas cosas al margen del parlamento porque se pactan en conciliábulos aparte? ¿Acaso no es corrupto el clientelismo político español con su red de familiares y amigos asesores, cuyo número e ingresos resulta imposible conocer? ¿Y no están subiendo los precios de todo mientras bajan los ingresos, con lo que se perfila un preocupante panorama inflacionista? En realidad, la única frontera que nos separa del sur mediterráneo es religiosa-cultural, aunque decir esto ahora parezca políticamente incorrecto. España no es una dictadura, cierto, pero la casta política casi funciona colegiadamente como tal, con su sistema de listas cerradas que impide cambiar lo mucho que hay que echar abajo.

Me dirán que los jóvenes árabes se han levantado con ira y que los españoles no tienen pinta de hacerlo. Eso es verdad. La cultura del pelotazo, instaurada por el PP y secundada por el PSOE, junto con la educación en la mediocridad, implantada por el PSOE y que no quiso corregir el PP, los han desarbolado y convertido en un rebaño de mansos que se despeñan hacia el matadero. Pero aun así, yo de nuestros políticos no me fiaría. Y es que, cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_